Moraleja de los desastres

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En esta política nuestra, en esta forma de gobernar “a la mexicana”: Los fines de sexenio (de mandato) debían acercarse siempre, y de ellos, la urgencia de legar, de dejar huella, más allá de los desastres. Los tiempos de elecciones urgen continuamente. Los fracasos institucionales son ocasión conveniente. La ingobernabilidad, por una sociedad soliviantada ante los excesos, la opacidad, la complicidad y la corrupción, sería bueno que viniesen tanto a cuento, cotidianamente. Y no somos agoreros de los desastres (cuando menos no pretendemos serlo, y está realidad política es un desastre), pero… cuando estos episodios están presentes, los gobiernos cambian; ¡se tornan un tanto humanos! Un tanto, solamente.

 

En vez de desear inicios (que son planes, que son ventura y esperanza), estamos convidados a pensar en finales: que son arrepentimiento y conveniente deseo de “salida limpia”, de enmendar la plana, de ganar la siguiente elección, de seguir en el candelero, de limpiar, la casa y la imagen. O de esfuerzos de “no me olvides”. Y recordemos que hablamos de política y de políticos. Quizás, en la industria y en la sociedad, puedan pasar cosas parecidas, pero no tan generalizadas. La política y los gobiernos en México, se han desvirtuado.

 

No hay ya ética política, no hay ya gobiernos del pueblo (que se dicen democracia), no hay ya compromiso y honestidad. No los hay generalizadamente. Alguno habrá por ahí que sea honesto y además, justo y con buen inicio y mejor final. Y deberán ser todos gobiernos honestos, ciudadanos y transparentes;  pero cuando menos que sean varios, que se distingan (por hacer su trabajo y hacerlo bien), y pongan el ejemplo.

 

Desear desastres no es entonces nuestro pecado, en aras de un bien ¿Es una solución acaso a un mal peor? Tenemos un problema muy grave al elegir, solo podemos hacerlo de entre los que otros eligieron. Esto es, los partidos (desgastados, al garete, perdidos de la gente y devenidos en clubes de amigos, y hartando a la sociedad), eligen a su candidatos, a los que el jefe quiere, a los que el poder desea, a los que los acomodos y los poderes de facto ocupan (para seguir mandando, para seguir robando, para seguir “vendiendo”, para seguir). Nosotros solo votaremos de entre esos.

 

Las candidaturas independientes que pudieron ser (quizás todavía) una tabla de salvación ante una democracia perdida, apenas nacen y ya se promiscuen. No debemos seguir votando a los que otros quieren. La baraja debe abrirse y las opciones ciudadanas surgir.

 

En tanto cambien las cosas, cuando logremos empujar cambios que no tengan color ni patrones, cuando el deseo de muchos de cambiar a México y de rescatar a Coahuila, sea suficiente combustible para la congruencia, para arribar a mejor puerto, entonces y solo entonces, podemos “no desear desastres”. Ir al fondo del bote, al fondo del fondo, es la única vía para saber entender que la salida es hacia arriba: sin empujar, sin avasallar, más bien con trabajo de equipo, con compromiso de sociedad.

 

Desear finales de los corruptos, desear arrepentimientos y juicios severos, no perdonar (cual católicos o gente honorable y gente bien nacida) hasta que el dinero regrese a donde fue robado. Ser inflexibles en la revisión y validación de los planes de gobierno, propiciar la evaluación del despeño de los servidores públicos (con indicadores claros, medibles y sancionables) y la rendición de cuentas; son caminos ciertos hacia un mejor futuro.

 

 

La moraleja de los desastres es un drama presente, trocable por un mejor futuro. Dios nos proteja de tanto robo de ilusiones, de tanto hurto de esperanza, de tanto afán de enriquecerse con el dinero y las ganas de vivir de un pueblo noble que se ha agachado y debe enderezarse pronto. La felicidad está en el alma y hay que rescatarla. Los hijos y nietos y las nuevas generaciones, con un futuro honesto y esperanzador, que sea herencia nacional; ameritan cualquier esfuerzo.

1 comentario en “Moraleja de los desastres”

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