La (otra) educación

El Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 hace referencia al mal papel de “los gobiernos oligárquicos en el período neoliberal”, “devastando el sistema de educación pública“; también habla de una supuesta “estrategia perversa que se tradujo en la degradación de la calidad de la enseñanza en los niveles básico, medio y medio superior y en la exclusión de cientos de miles de jóvenes de las universidades“.

Por eso, el gobierno actual, dice el PND, “se comprometió desde un inicio a mejorar las condiciones materiales de las escuelas del país, a garantizar el acceso de todos los jóvenes a la educación y a revertir la mal llamada reforma educativa. La SEP tiene la tarea de dignificar los centros escolares y el Ejecutivo federal, el Congreso de la Unión y el magisterio nacional se encuentran en un proceso de diálogo para construir un nuevo marco legal para la enseñanza“. Cierra el PND con el “Epílogo: Visión de 2024” en el que se hace otra referencia a la educación: “Ningún joven que desee cursar estudios de licenciatura se quedará fuera de la educación superior por falta de plazas en las universidades y ninguno estará condenado al desempleo, al subempleo o a la informalidad“. Por cierto, esta última promesa se incluye en el párrafo donde prometen crecer 6% anual en 2024 y 4% anual promedio en el sexenio. 

Por su parte, el Banco Mundial sostiene que “la educación es un derecho humano, una herramienta poderosa de desarrollo y uno de los instrumentos más importantes para reducir la pobreza y mejorar la salud, la igualdad de género, la paz, y la estabilidad… genera importantes y consistentes rendimientos en materia de ingreso y es el factor más importante para asegurar equidad e inclusión“. Nos dice también que hay “un aumento de 9% en salario por hora por cada año adicional de escolaridad“. Me parece que, en general, casi nadie podría estar en desacuerdo con estas aseveraciones del Banco Mundial acerca del tiempo y calidad de educación que reciben niños y jóvenes en escuelas y sistemas de educación formal. Parece obvio que existe una correlación directa entre ingresos, salud y desarrollo con niveles de educación o escolaridad. Me podría atrever a escribir los siguientes párrafos acerca de si la educación causa mayores ingresos o si el ingreso es el que causa mayor educación. Es decir, creo que es razonable un debate sobre causalidad y si fue primero el huevo o la gallina; si las trampas de la pobreza implican un círculo vicioso de pobreza, falta de educación, más pobreza, menos educación. Ya habrá oportunidad de irnos por esa ruta en otra columna. 

En realidad, quiero hablar hoy sobre “la otra educación”, esa que sucede todos los días y en todo momento, fuera de las escuelas y sistemas educativos formales, pero dentro de redes sociales, en las casas, alrededor de la familia y en las calles y lugares públicos cuando los niños y jóvenes, de todos niveles socioeconómicos, están poniendo incluso más atención e interés que cuando están en su pupitre de la escuela o universidad. Los niños y jóvenes de este país están creciendo en un país donde la ciencia y la innovación no se promueven; donde el deportista de alto nivel no recibe apoyo; donde se le componen canciones al narco; donde el equipo nacional del deporte más popular solo es capaz de perder o decepcionar cada vez peor; donde al corrupto no se le castiga; donde las reglas y leyes, desde las más básicas en materia vial a las mayores contenidas en la constitución, parecen opcionales; un país donde quienes debieran “cumplir y hacer cumplir” piensan en todo menos en eso; un país donde es común estar rodeados de pláticas y análisis donde el único pendejo es alguien más, ya que el espejo de la autocrítica no se vende mucho en México; los niños y jóvenes de México crecen en un país donde la figura máxima del gobierno parece ver con recelo a quien quiere superarse o aspira a ser más o mejor y conduce al país con los ojos en el retrovisor; los niños y jóvenes crecen en un país infestado de memes y con escasez de propuestas, grandes ideas y triunfos visibles; un país que se conforma con lo poquito, con un “sí se puede” hueco y derrotista; un México polarizado en el que ambos extremos están mal y donde la moderación es percibida como traición a la patria por ambos polos.

Sí, es deseable e importante que haya escuelas en buen estado, con más y mejores maestros (bien pagados); que el presupuesto de la SEP no se gaste, al estilo Aurelio Nuño, en publicidad; que exista un plan educativo formal serio y alejado de doctrinas inútiles (el encargado de los libros de texto en México se llama Marx y un venezolano chavista le ayuda en la “innovación de materiales educativos”, por ejemplo). Sin embargo, todo indica que hay otra parte de le educación que merece atención y que pudiera estar más en nuestras manos a la hora de orientar a los niños y jóvenes de nuestras familias.

Es urgente cambiarles el “chip” a los chavos en la medida en que los adultos de este país podamos. De nada servirá la educación formal o graduarlos a todos de la universidad si no corregimos “la otra educación”, la que da personalidad, noción, visión, misión y propósito a los ciudadanos de este gran país.

———————————————————————————————————————————————————————
* “El contenido, conceptos y juicios de valor del presente artículo son responsabilidad del autor y no necesariamente son compartidos por la Edición, y/o los propietarios de este Periódico”.
——————————————————————————————————————————————————————
Compartir