La democracia: alérgica a regímenes sin resultados

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Hace 2,500 años, época de Sócrates, Platón y Aristóteles, entre el 500AC y 300AC, Atenas era ya una democracia como la que muchos países aspiramos a tener hoy en día. Una democracia que no estaba limitada a darle a los ciudadanos el derecho a votar, sino que los individuos se gobernaban a sí mismos a través del debate, ideas y propuestas llevadas ante los órganos de gobierno de la época.

Los atenienses creían en los pesos y contrapesos (checks and balances); creían en que se necesitaba profesionalismo, transparencia y rendición de cuentas en ciertos puestos y que algunos de estos puestos necesitaban tener un nivel absoluto de estabilidad y seguridad laboral. Esta democracia antigua, pero a la vez muy avanzada comparada con los estándares actuales, se sostenía en tres pilares: la Asamblea del Pueblo o de la gente, el Consejo de los 500 y la Corte del Pueblo o de la gente. En la Asamblea, los ciudadanos (hombres) de 18 años en adelante, de cualquier estrato o nivel podían ir a hablar y votar libremente. El sistema se autorregulaba ya que los ciudadanos eran críticos de aquellos que llegaban a hablar sobre algo que no entendían. Por eso, cuando se trataban temas técnicos o especiales de construcción o educación, se invitaba a hablar especialmente a quienes entendían los temas del día. Sin embargo, Sócrates señalaba que cuando la discusión no era técnica sino sobre temas de gobernanza de la ciudad, los que opinaban y aconsejaban a la Asamblea bien podrían ser un zapatero, un comerciante, un capitán de barco o un hombre rico o pobre, así fuese “de buenas familias” o no tanto. Los ciudadanos que asistían a la Asamblea recibían un pago, de manera que incluso los pobres pudieran tener tiempo libre para participar en su propio gobierno y ejercer su ciudadanía. La Asamblea se reunía 40 veces cada año y la mayoría de las votaciones eran a mano alzada, aunque en algunos casos por voto secreto. El Consejo de los 500 era el gobierno de tiempo completo de Atenas y consistía en cincuenta ciudadanos de cada una de las diez tribus que servían por un año y un máximo de dos veces en su vida. El Consejo preparaba y votaba los decretos y temas que se votarían en la Asamblea. Ser parte del Consejo generaba un pago, pero pocos lo veían como una carrera política y no era considerado algo excepcional en la vida del ciudadano. Antes de ser juramentados para su asiento en el Consejo, los ciudadanos pasaban una etapa de escrutinio que revisaba si estaban capacitados para servir (se dice que la principal objeción o descalificación que se buscaba era si el ciudadano había sido parte o tenía relación con alguno de los golpes de estado oligárquicos, incluyendo la Tiranía de los Treinta. Se les preguntaba quiénes eran sus padres y abuelos, si tenían (y dónde) un altar a Apolo y a Zeus, si trataban bien a sus padres, si pagaban impuestos. Si pasaban el escrutinio y cualquier apelación, entonces juraban “servir y asesorar de acuerdo con las leyes lo mejor para el pueblo”. Los 500 se organizaban después en una especie de comités para tratar temas específicos y en general para preparar la agenda de la Asamblea. El tercer pilar era la Corte del Pueblo, que tenía casi la misma importancia que la Asamblea y el Consejo. En esta Corte, jurados de ciudadanos votaban sobre la culpabilidad o inocencia de sus conciudadanos acusados y las penas aplicables a los culpables. Ciudadanos mayores de 30 años, que no debieran impuestos podían ser parte de la Corte y recibir pago diario. Aristóteles se refería al proceso de selección de jurados como uno a prueba de sobornos, ya que era aleatorio y anunciado de último minuto. Un jurado podía tener entre 501 y 1,500 ciudadanos. El acusado y el acusador tenían el mismo tiempo para hablar y no había juez. Los párrafos anteriores resumen y adaptan puntos principales de “Athenian Democracy: a brief overview“; (Blackwell, Christopher W. 2003). 

Las democracias (exitosas) engendran su propio apoyo (Acemoglu, Ajzenman, Giray Aksoy, Fiszbein, Molina; abril 2024) es una investigación en la que la conclusión básica es que no hay mejor motivo para que la gente apoye a la democracia que el tener regímenes emanados de esas democracias que son exitosos; en crecimiento económico, control de corrupción, paz, estabilidad política y provisión de bienes y servicios públicos. Suena lógico. Los autores afirman que los datos indican que las democracias NO han sido muy exitosas recientemente; estoy muy de acuerdo, solo viendo el caso mexicano. En tiempos en que las democracias parecen cansadas y en el que los nuevos liderazgos deberían enfocarse en demostrar que la democracia todavía puede servir al pueblo (y no solo a oligarcas, políticos o económicos), vino a mi mente investigar algo sobre las raíces de la democracia (en Atenas antigua) y de ahí los párrafos anteriores que sugieren que hemos perdido el rumbo sobre cómo debería ser una democracia funcional y que es oportuno hoy, en tiempos de campañas y próximas elecciones, no solo cumplir con votar, sino evitar entregar cheques en blanco a diestra y siniestra para seguir como vamos o íbamos.

Es imposible no pensar en los últimos 5 y 35 años de México y cómo los regímenes en turno han ido atentando (consciente o inconscientemente) contra la democracia por falta de resultados tangibles (pobreza, desigualdad, corrupción, inseguridad, imperio de la ley, oligarquías silenciosas, etc). Ahí debe empezar la autocrítica y la construcción de proyectos verdaderamente exitosos y democráticos.

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