Apocalipsis cibernético

“La seguridad cibernética es un mito”. Con ese lapidario título, la prestigiada revista británica The Economist publicó recientemente un artículo estresante. El problema, sostiene el semanario, es que el asunto se aborda, y por lo tanto se busca resolver, desde el punto de vista técnico y no económico.

Los fraudes cibernéticos han ido evolucionados en la medida que las computadoras toman el control de nuestras vidas. Los mecanismos ingenuos y “engañabobos”, como el “phishing”, han cedido su lugar a crímenes más sofisticados: el robo de identidad, los fraudes con tarjetas de crédito, el hurto de bienes digitales y la extorsión computarizada.

Sin embargo, el atrevimiento no queda ahí. Los atracos han escalado de nivel, y seguirán haciéndolo. Desde robos espectaculares a bancos centrales, como el de Bangladesh, hasta la intromisión de hackers en procesos políticos, como lo hicieron los rusos en la pasada elección presidencial de Estados Unidos.

Los ordenadores ya no solo trabajan con bases de datos y flujos abstractos. Ahora, y cada vez con más frecuencia, son componente esencial de bienes tangibles de uso cotidiano. Desde vehículos hasta señales de tráfico; desde aviones hasta aeropuertos; desde satélites en órbita hasta trenes subterráneos; desde bombas sumergibles hasta bombas atómicas.

En la actualidad, para desatar la Tercera (y seguramente última) Guerra Mundial ya no se necesita más que la genialidad de un hacker fundamentalista.

La seguridad cibernética es laxa de origen. Lo exponencial de los avances tecnológicos ha sido posible, precisamente, gracias a la apertura que ofrece el Internet. El problema no se resolverá únicamente con ingeniería ni vigilancia pues cuando una solución sea ideada, habrá ya diez formas de burlarla.

Sin duda la regulación gubernamental, todavía en pañales, jugará un papel importante en mejorar la ciberseguridad. Pero el mejor regulador será el mercado. Que sean los consumidores quienes premien a las tecnologías más seguras y castiguen a las que no inviertan en ello.

Para eso es necesario fijar reglas claras y establecer los incentivos económicos correctos. Sólo así podremos prevenir que una tragedia de esa magnitud suceda, que bien podría el inicio de un infierno apocalíptico.

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