Violencia

Hay palabras en el español que da gusto mencionarlas, salen con soltura, contagian, evocan, dan sosiego. Otras por el contrario nos llevan a escenarios siniestros y nublan nuestra percepción de la realidad, una de ellas es: violencia.

Ya en nuestro país, una constante desde hace mas de 40 años, cuando desde el gobierno se protegió al crimen o mas allá, de otros gobiernos se invadió a México de droga y armas.

Pasamos de la infancia en los temas de la violencia a la adultez y no lo percibimos, porque esto acontecía, según nuestro entender, entre mafiosos.

Lo que no sabíamos es que la violencia es invasiva, un virus raro que penetra sin síntomas y que contagia al entendimiento y las respuestas del ser humano ante su diario acontecer.

Cuando acuerdas, ya estas en el círculo y eres partícipe. Tocas el claxon desesperadamente, manejas de manera agresiva, te saltas la fila del super o el cajero o el trámite, reaccionas a empujones, insultas al contrincante, hostigas al empleado, impones tu capricho, eres intransigente con quienes solo quieren ayudarte, en fin, eres violento sin morir en el intento.

La pregunta de estos días es: ¿Cuándo perdimos nuestra capacidad de asombrarnos?, ¿cuándo fuimos despojados de la posibilidad de la conciliación¿, ¿cuándo permitimos que los violentos convirtieran su acción como parte de nuestra cultura?

Escribe Mayakovski: “la primera noche, ellos se acercan y cogen una flor de nuestro jardín y no decimos nada; La segunda noche ya no se esconden, pisan las flores, matan a nuestro perro y no decimos nada. Hasta que un día, entran a nuestra casa, nos roban la luna, y conociendo nuestro miedo, nos arrancan la voz de la garganta. Y porque no dijimos nada, ya no podemos, decir nada”.

Nos han dicho que los violentos y malos son así, porque nos callamos, sin embargo, es difícil en ocasiones alzar la voz en un escenario como el nacional, en el que hasta las leyes penales fueron cambiadas para no “deshonrar” a los criminales, porque ahora resulta que ni fotografías pueden presentar de los delincuentes reconocidos en sus presentaciones a los medios (si es así, para que los presentan ñetas) o se les borran sus datos personales cubriéndoles con una “N”, haya cosa. Como en la canción cambalache, ya cambiaron los valores y los trúhanes son decentes.

¿Quiénes serán mas barbaros: los criminales o los legisladores que dictan las leyes para protegerlos?

Vivimos el diario aliento a la división entre los mexicanos desde el seno del titular ejecutivo que juzga, señala, reta, repite la frase: conmigo o contra mía en un despliegue de estrategia política de los hoy convertidos en dictadores en republicas bananeras como: Venezuela, Bolivia, Cuba y Nicaragua.

Cuando la culpa no pide la pena, ni el agravio la venganza, inicia el desasosiego y se alienta al ciudadano de  a pie, a buscar su justicia a como dé lugar, así sea arrebatando.

En este país, ha quedado de manifiesto que no se respeta el orden y mucho menos a la autoridad.

La política invadió a la justicia, a la autoridad, a la ética profesional  y así no se puede gobernar.

Parecería que se está alentando el caos, para que dentro de poco el Ejercito tome las riendas del orden y que la “nueva” forma de gobernar se lleve el mérito de la pacificación y de ahí a la dictadura.

Fue Martin Luther King el que dijo: “El hombre nació en la barbarie, cuando matar a su semejante era una condición normal de la existencia. Se le otorgo una conciencia. Y ahora ha llegado el día en que la violencia hacia otro ser humano debe volverse tan aborrecible como comer la carne de otro”.

Los tiempos de la barbarie resurgen en un entorno fértil, las muestras son múltiples y están haciendo eclosión, la trifulca en el estadio Corregidora es solo un síntoma de lo que sucede cuando la violencia se hace presente en la masa inconsciente.

¿Qué sigue para nosotros?, dejar que el miedo se apodere de nuestros pensamientos y ser victimas no de la delincuencia, sino de la sumisión.

El real miedo, todos lo sabemos, se llama Violencia, una dama de velo negro y guantes ensangrentados, pies de arcilla y pecho de plomo, con el vientre estéril, y las ubres pródigas, amamantando a sus hijos con una leche envenenada, que sega una vida en cuestión de segundos. Condenados somos.

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