¿Todo da igual?

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Bien lo dice Ernesto Sabato: “En el vértigo no se dan frutos ni se florece. Lo propio del vértigo es el miedo, el hombre adquiere un comportamiento de autómata, ya no es responsable, ya no es libre, ni reconoce a los demás. Se me encoge el alma al ver a la humanidad en este vertiginoso tren en que nos desplazamos, ignorantes atemorizados sin conocer la bandera de esta lucha, sin haberla elegido (…) Pero el grave problema es que en esta civilización enferma no sólo hay explotación y miseria, sino que hay una correlativa miseria espiritual. La gran mayoría no quiere la libertad, la teme. El miedo es un síntoma de nuestro tiempo”.

Es cierto. En estos tiempos las personas – jóvenes, adultos y viejos – paradójicamente en nombre de la “bendita libertad” vivimos esclavizados. Ahora ya no queremos obedecer a esos valores universales que invitan a saber vivir, a convivir. De esta manera optamos por encadenarnos a las decisiones de los otros, a confundir lo bueno con lo malo, a vivir en un terrible vértigo en donde “todo da igual”.

Fabrica de valores.

Paulatinamente estamos extraviando la capacidad de distinguir entre las acciones que nos convienen emprender para vivir felizmente de aquellas que nos esclavizan, de esas que nos alejan, de nuestro propio sentido de vida y de las personas que nos aman, situación que inevitablemente, al paso del tiempo, conducen al fracaso y la decepción.

Ahora – porque nos gusta ser rebeldes, pero sin causa – nos encanta fabricar “valores” a nuestro gusto (¡claro, siempre de acuerdo a los intereses personales!) para luego “vivirlos” intensamente. En este proceso es frecuente que aprendamos a decir “sí” a todo lo que individualmente implique ganar más grados de libertad y “no” a todo aquello que huela a responsabilidad y disciplina. Sin embrago, con esta forma de ser, olvidamos que “se puede vivir de muchos modos pero que hay modos que no dejan vivir”, y es ahí en donde sepultamos, sin saberlo, nuestra felicidad; por lo menos a esos motivos que nos pudieran conducir a ella.

Ser o no ser.

En este sentido, es curiosísimo observar que los más destacados defensores de la “no obediencia” (no me refiero a la no obediencia proclamada por Gandhi), esos que niegan los valores que desafían a saber vivir, sencillamente se rinden silenciosamente ante las malas costumbres, las modas, la mercadotecnia, la televisión y los gustos de otras personas.

Bien saben que no soportan obedecer a quienes les aman, ni a esas promesas que exigen y obligan, pero si están dispuestos a convertirse en rehenes del dinero, de la irresponsabilidad, del poder, de la infidelidad, del sexo o la droga, y de quienes sutilmente manipulan y engañan. Es decir, a veces los humanos nos sentimos satisfechos de vivir ingenuamente: amorfos, de capricho en capricho, de placer en placer, sin sentido, sin causas que dignifican a la persona.

Shakespeare sentenció “¿Ser o no Ser? Ese es el dilema”. Y ciertamente hay momentos, muy precisos, en los cuales la vida cuestiona si en verdad somos o no somos, si somos congruentes con las creencias de las cuales hablamos, si acaso somos fieles a nosotros mismos, si verdaderamente “obedecemos” a esos valores que brindan la auténtica libertad o, en lugar de eso, preferimos andar por haciendo todo lo que nos da la gana – viviendo los antojos – en lugar de hacer, por voluntad propia, lo que debemos hacer.

Hay momentos.

Hay momentos en que la existencia nos pregunta si en verdad emprendemos aquello que multiplica y ensancha el alma, o escogemos hacer lo que nos manda el instinto y la insensatez.

Existen instantes en que la vida nos pone a prueba para ver si somos capaces de soportar un poco de verdad y de asumir la realidad con valentía y honestidad; en donde se nos tensan las cuerdas del alma y la conciencia obliga a contestar, por lo menos, las siguientes preguntas: ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Qué he hecho? ¿Qué he dejado de hacer? ¿Cuál es el significado profundo de la vida…de mi vida?

Responder a estas interrogantes implica vivir despiertos, con el corazón abierto, preguntándonos cada día no lo que merecemos de la existencia, sino cuál es la contribución que personalmente debemos emprender a favor de ella.

Un llamado.

Tenemos un llamado: comprender que es impostergable otorgar significado a la palabra dicha; que es fundamental demostrarnos, siempre mediante el ejemplo, que sí convine obedecer las leyes que rigen la sana convivencia humana; que es urgentísimo generar ánimo y valor para “decir sí cuando es sí; y no cuando efectivamente es no”; que debemos dejarnos atraer, sin miedos y ataduras, por los valores que generan la legítima felicidad humana cuando los convertimos en vivencias y experiencias personales; que incuestionablemente la calidad de vida se encuentra en la fidelidad que nos debemos a nosotros mismos, a la pareja, a la familia, al oficio que emprendemos, a la comunidad y al país.

Para ser mejores, más humanos, debemos abrirnos a las voces que invitan a la reflexión y seguir el ejemplo de los testimonios que inspiran a vivir en genuina libertad, a comprender su significado y la responsabilidad que implica ejercerla.

Octavio Paz alguna vez escribió: “la libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos; Sí o No. En su brevedad instantánea, como la luz del relámpago, se dibuja el signo contradictorio de la naturaleza humana”.

Es verdad: los hombres somos irremediablemente libres y nuestra naturaleza es siempre contradictoria, de no ser así no fuésemos humanos. Por eso, la existencia, día a día, se encarga de cuestionarnos si acaso estamos decididos a no vivirla de cualquier modo.

Una respuesta.

La vida, en cada instante, demanda una personalísima respuesta a la pregunta de Shakespeare. Y para contestarla no hace falta que seamos sabios, o filósofos, ni tampoco santos, sino solamente tener el coraje de ser personas auténticas, de practicar las más elementales virtudes humanas.

Para responder, únicamente requerimos ser personas sin ambages, de convicciones firmes y transparentes, que entendamos la brevedad de nuestra existencia y que entonces simplemente estemos dispuestos a buscar la manera de saberla vivir a plenitud, acorde a los más altos valores universales.

Pienso que para alcanzar la excelencia personal, hoy necesitamos ser rebeldes con causa, y buenas causas podrían ser la de luchar en contra de ese vértigo que menciona Sabato, de todo aquello que hoy el mundo globalizado nos ofrece y que ya parece normal, como es el caso de la deshonestidad, la miseria, la infidelidad, el consumismo, la perdida de las costumbres y tradiciones, la apatía e indiferencia, la violencia, la corrupción y el desamor a nuestros semejantes, solo por citar algunos ejemplos.

Para salir de este vértigo hay que ser rebeldes con la convicción que no todo da igual. Hay que estar personalmente dispuestos a humanizar la conciencia, a dejar a un lado el miedo y la miseria espiritual que, en general, se ha apoderado de nuestro mundo.

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