Postal desde Atenas.

Hay un dicho entre los atenienses que, traducido, sería algo así como “los taxistas son seres humanos perfectos… excepto cuando manejan un taxi”. La expresión habla un poco sobre el humor del lugareño, el tráfico y el efecto del calor en esta actividad durante buena parte del año que, como ahora, cae desde muy temprano y hasta casi las nueve de la noche cuando los vientos refrescan un poco.

Para mi fortuna, no comprobé el dicho. Por un asunto de maletas extraviadas y direcciones no encontradas, los primeros días realicé un par de visitas involuntarias al aeropuerto. Sotirios, nombre del taxista que me acompañó en esta empresa, fue amable en todo momento y hasta me ayudó adentrándome en algunas de las costumbres del lugar. Así, en lugares inesperados, se encuentra la recomendación para aprovechar de mejor manera la breve estancia.

Estoy por unos días en la capital de Grecia. El Instituto Ateniense de Educación e Investigación (esa puede ser la traducción más apegada) ha celebrado por décima quinta ocasión su encuentro anual de ciencia política y me ha tocado exponer, en una mesa con colegas de otros países de América y África, por qué todo el esfuerzo contra la corrupción parece no incidir de manera sustancial en la vida de las personas.

En esto no se descubre el hilo negro, por cierto. Las coincidencias entre los ponentes señalan ciertos comportamientos que llevan a la simulación… y entre más se legisla, mayor la oportunidad para decir que se hace sin hacer. En mi natal Coahuila, por cierto, está por vivirse la misma historia: cambiar la norma para cumplir con algún plazo, sin cambiar actores ni arreglos entre los involucrados.

Interesante la interacción con colegas de otros países. Fuera de trabajo, la visita también ha valido cada momento.

Detalles importantes como conocer a Sotirios y recordar que no todos los dichos son infaliblemente ciertos o entender que en la base del cobro del transporte público se encuentra la confianza hacia el usuario. Grandes momentos como ver y conocer, de primera mano, una de las cunas más significativas de la civilización occidental.

El sitio arqueológico de la Acrópolis es, por supuesto, la joya de la corona en la ciudad. En lo personal, sin embargo, disfruté más el espacio conocido como el Ágora, edificaciones a las faldas del Areópago, donde se tomaban las decisiones en el periodo de mayor esplendor y hoy se encuentran por la zona comercial de Monastiraki.

Acompañado de un libro y algo de imaginación, no es difícil recomponer cómo eran aquellos debates que no terminaban hasta llegar a la verdad; pueden verse las piezas de cerámica donde se votaba el destierro de quien se consideraba peligroso, una de las pocas ocasiones que se utilizaba ese mecanismo del que ahora se abusa y con el que se confunde la democracia. La arquitectura y el simbolismo del lugar sorprenden. Un largo etcétera que no cabe en este espacio. Recomiendo.

Ahí, para acabar el día y mientras se observa cómo el mármol del Partenón se viste de naranja, se cena sardinas, calamar, queso y ciruelos, acompañado con buena música popular al estilo de Zorba. Pequeños detalles, grandes acontecimientos.

Enviando el texto, cierro la maleta. Dentro de unas horas emprendo el viaje de regreso.

La próxima semana, a los temas. Muy acorde con la corrupción en Coahuila y el sistema que –se dice- va en contra de ella, prometo texto sobre la aplicación especial que se le da a las normas cuando es entre los mismos.

@victorspena

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