Polvo de estrellas

Carl Sagan (1934-1996), el famoso astrónomo y científico estadounidense, en una ocasión al observar una fotografía del universo cuenta que la tierra apenas y se puede ver en esta imagen. Ahí aparece casi imperceptible, como un pequeño – pequeñísimo – e insignificante punto en la inmensidad del oscuro e impenetrable universo cósmico. Tal vez por esta razón este investigador decía que somos “polvo de estrellas”.

Aludiendo a ese diminuto punto observable – planeta tierra – en esa asombrosa fotografía, Sagan plantea una profunda reflexión: “ese punto es nuestra casa. Eso es la tierra. Ese pequeñísimo punto somos nosotros. Sobre ella cualquier persona de la que has escuchado, cada ser humano que haya existido, en ese insignificante punto ha vivido”.

Un billón de veces

Es cierto, nuestro mundo y todo lo que en el existe es muy pequeño, sencillamente para darnos una idea del tamaño de la tierra imaginemos que podemos reducir el volumen de los planetas un billón de veces. Entonces la tierra tendría un diámetro de 1.3 cm. (Como el tamaño de una uva) y la luna estaría a una distancia aproximada de 30 centímetros.

El sol tendría un diámetro de 1.5 metros y estaría a una distancia de 150 metros – una cuadra – de la tierra. El diámetro de Júpiter sería de 15 cm. (Como una pequeña guayaba) y se ubicaría a 5 cuadras del sol. Saturno sería del tamaño de una naranja y se encontraría a 10 cuadras de distancia. Urano y Neptuno – ambos del tamaño de un limón – estarían a 20 y 30 cuadras de distancia respectivamente. Un humano, en esta imaginaria escala, tendría el tamaño de un átomo y la estrella más cercana estaría a cuarenta mil kilómetros de distancia.

Suspendido en el espacio

“Después de hacer este ejercicio ahora podemos pensar que todos nuestros goces y sufrimientos, todas las religiones, ideologías y doctrinas económicas; cada héroe y cobarde, creador y destructor de civilizaciones, rey y plebeyo, madre y padre, inventor y explorador, cada maestro de moral, cada político corrupto, cada superestrella, cada líder supremo, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie, vivió ahí, sobre un punto de polvo suspendido en un rayo de sol.

La tierra es un pequeñísimo andamio en una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre esparcidos por todos aquellos generales y emperadores que en un momento de gloria y triunfo pudieron convertirse en momentáneos amos de una breve fracción de ese punto.

Piensa en las interminables crueldades ordenadas por los habitantes de una de las esquinas de ese punto sobre los apenas distinguibles habitantes de algún otro lugar de ese mismo paraje. Observa la manera en frecuentemente tienen malentendidos, cómo se afanan en matarse unos a otros, como son fervientes sus odios. Nuestras posturas, nuestra imaginaria auto importancia, la idea de que tenemos una posición privilegiada en el universo, son continuamente retados por este insignificante punto de pálida luz”.

Humillante experiencia

“Nuestro planeta es una solitaria partícula envuelta en una inmensa negrura cósmica. En nuestra oscuridad – en toda esa vastedad – no existe sugerencia alguna que recibiremos ayuda de alguien más para salvarnos de nosotros mismos, para que nuestro planeta continúe viviendo. Esto depende de nosotros.

Se ha dicho que la astronomía es una humillante experiencia y yo agregaría que también es formadora de carácter. Para mi mente, quizá no haya mejor demostración de la tonta vanidad humana que esta distante imagen de nuestro pequeño mundo. Para mi, esto subraya nuestra responsabilidad para tratarnos los unos a los otros con compasión y amabilidad, nuestra responsabilidad para preservar y apreciar a ese punto pálido de luz, pues es el único hogar que por siempre conoceremos.”

Vaya manera…

Vaya manera que tiene Sagan de representar lo pequeño que ciertamente somos. Vaya camino que el propio universo nos propone para que asumamos la responsabilidad de reconocer y ubicarnos en lo que verdaderamente somos: seres frágiles, contingentes, indigentes, diminutos. Vaya forma que Dios tiene, mediante su propia creación, de acudir a nuestra desorientada conciencia para que tomemos conciencia del compromiso que cada uno de nosotros incuestionablemente tenemos con el minúsculo planeta tierra y con los otros seres que en él habitan y que dependen de nosotros.

Vaya forma tan real, objetiva y manifiesta, de hacernos entender lo soberbios que los humanos podemos llegar a ser al considerarnos ilusoriamente grandes, monumentales, extraordinarios, sin saber que es Dios el que hace posible la existencia y la vastedad del universo; sin saber que lo extraordinario de la vida se encuentra en la belleza de una flor, en el nacimiento de un niño y no en nuestros complicadísimos dogmas; sin entender que lo grandioso de la existencia se encuentra en el “sí” de los enamorados y en la mano que se tiende al prójimo con el corazón por delante.

Tiempo de pensar

¡Que barbaridad! Al contemplar esa fotografía, al leer lo que de ella escribe Sagan, también podemos imaginar la manera en que andamos viviendo: concediendo importancia a lo secundario, ignorando lo verdaderamente fundamental, desconociendo lo esencial de nuestras personales existencias.

Tanto ir y venir, tantas aspiraciones, pretensiones, obsesiones y locuras sin darnos cuenta que lo más valioso de la vida ya lo tenemos y que es totalmente gratuito. Tantas búsquedas equivocadas, tantas pérdidas que adquirimos al pensar que vamos ganando. Tanto tiempo desperdiciado.

Me pregunto si acaso habrá un universo más grande que el que Sagan contempló, si habrá algo más inmenso que el cosmos, y creo que es imposible que algo se le compare, hasta que pienso en el espíritu humano y lo que las personas somos capaces de hacer con su fuerza y potencia.

Infinita capacidad

Sin duda, el planeta tierra es pequeño, pero hay que reconocer que en él habita algo mucho más inmenso que el firmamento que lo envuelve: los seres humanos con su infinita posibilidad de soñar, creer y emprender.

Me gustaría concluir que la humildad que genera el amor, que el espíritu que toda persona tiene es infinitamente mayor que el cosmos que admiró y respetó Carl Sagan. Sería bueno comprender que en nuestros personalísimos corazones habita – además de la soberbia – el esplendor de un inconmensurable universo que es más colosal e impenetrable que aquél que los astrónomos diariamente intentan interrogar y descubrir desde sus avanzadísimos observatorios: nuestra capacidad de conmovernos y el insólito potencial de amar, de crear y darnos como personas, de ser seres bendecidos por el gran Creador. Y esto significa bastante más que sólo ser habitantes de un minúsculo planeta, mucho más que ser solamente polvo de estrellas.

(Recomiendo ver: http://www.youtube.com/watch?v=oGKm6_-BmRE)

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