Mira hacia el pasado y serás capaz de prever el futuro

Comenzó en el Este, al menos eso es lo que piensan los expertos; tal vez vino de animales, quizás fueron los chinos o tal vez fue una maldición de los dioses.

Lo cierto es que se esparcía hacia el este, oeste, norte y sur; cruzando, primero fronteras, luego océanos, así abrumando a todo el mundo. El miedo y los rumores fue lo único que se extendió más rápido que el contagio. La gente entró en pánico; los doctores estaban desconcertados; los funcionarios de gobierno perdieron tiempo y fracasaron; los viajes se retrasaron, cambiaron rutas o se anularon por completo; festivales, reuniones, eventos deportivos, todo cancelado. Los cuerpos se apilaban mientras la economía se hundió. Las instituciones de gobierno demostraron ser muy frágiles…

Estamos hablando, por supuesto, de la Peste antonina del año 165 de nuestra era, una pandemia mundial con una tasa de mortalidad de entre el 2-3%, con síntomas similares a la gripe hasta que se intensificó con síntomas como la fiebre, la diarrea y la inflamación de la faringe, así como una erupción en la piel, a veces seca y purulenta, que en ocasiones aparecía en el noveno día de la enfermedad y que se volvió horrible y dolorosamente mortal. Millones fueron infectados. Entre 10 y 18 millones de personas finalmente murieron.

No debería sorprendernos que una antigua peste, se sienta tan “moderna” … tan actual.  La historia encuentra la manera y la forma de repetirse; escribe Marco Aurelio en sus Meditaciones, “Tener presente en la mente que todo esto ha sucedido antes y sucederá nuevamente: la misma trama de principio a fin; la puesta en escena, idéntica. ¡Todo igual!  Sólo las personas son diferentes“.

Este patrón de enfermedad es asquerosamente familiar. Es un patrón que se ha repetido como un fractal a lo largo de la historia. De hecho, podríamos estar hablando de la peste bubónica (también conocida como la Peste Negra), la gripe española de 1918 o las pandemias de cólera de finales del siglo XIX y principios del XX; tan fácilmente como estamos hablando de la peste antonina y pensando en la pandemia de coronavirus que se está extendiendo por todo el mundo. Como diría Marco Aurelio, todo lo que tendríamos que hacer es cambiar algunas fechas y nombres.

Pensar en la forma en que se repite la historia de la enfermedad, para algunos puede ser un ejercicio mental muy incómodo porque nos gusta ver que la evolución de la civilización humana se mueve inevitablemente en una dirección nueva y única. Nos gusta ver la historia como un progreso constante. Luego, cuando suceden cosas perversas, cuando ocurre una catástrofe, sentimos que el mundo se está desmoronando. Nos sofocamos con gritos desalentadores sobre la caída del cielo y nos provocamos ataques al corazón por no estar preparados para lo que está por venir. Es la misma historia desarrollada como si fuera un viejo guion o libreto escrito en la doble hélice del ADN humano; cometemos los mismos errores, sucumbimos a los mismos miedos, soportamos la misma pena y dolor … luego, finalmente, disfrutamos del mismo heroísmo, del mismo alivio y, con suerte, del mismo tipo de liderazgo que emerge de la crisis.

 Eso es, realmente, la clave de la supervivencia, la clave para perseverar a ser mejores; sólo porque la historia se repite no es excusa para alzar las manos y entregarse a los caprichos de la diosa Fortuna. Es imperdonable no aprender del pasado “Porque esto es lo que nos hace malvados“, escribió una vez Séneca, que vivió dos generaciones antes que Marco Aurelio y vio arder Roma. “Solo reflexionamos sobre lo que estamos a punto de hacer y, sin embargo, nuestros planes para el futuro descienden de nuestro pasado“.

¿Qué podemos aprender de la Peste antonina? ¿Qué podemos encontrar, en nosotros mismos, en otras personas, en las lecciones del pasado, que nos puede guiar hoy a medida que se establece la realidad de esta crisis pandémica actual?

Primero, debemos contar nuestras bendiciones. Tenemos suerte de que el coronavirus (COVID-19) no sea más que un estornudo en comparación con la peste bubónica que mató a 25 millones de personas en solo unos meses en el Siglo VI, o la viruela que mató constantemente a unas 400,000 personas cada año del Siglo XVIII, o cuando el sarampión mató a 200 millones de personas en los siglos XIX y XX, o cuando la gripe española reclamó 50 millones de almas en 1918. De hecho, precisamente lo que preocupa a los científicos sobre COVID-19 es realmente una bendición: la enfermedad es particularmente contagiosa porque no debilita y mata rápidamente a la mayoría de sus víctimas. Nadie con un caso activo de SARS estaba jugando al curling o al bebeleche en un crucero, ni tampoco estaban esquiando en los Alpes. En cuestión de horas, estaban sufriendo hasta morir.

Deberíamos contar nuestras bendiciones, pero no deberíamos considerarnos afortunados, al menos no en la misma medida. Tenemos que forjar nuestra propia suerte, como lo hacen todos los sobrevivientes. Si Marco Aurelio hubiera elegido, no habría elegido liderar en crisis; de hecho, no habría elegido liderar en absoluto, él quería ser filósofo, no emperador… esa fue “la tragedia esencial de Marco Aurelio“, escribió el biógrafo Frank McLynn. Sin embargo, como todos los grandes héroes, sorprendió a todos al estar a la altura de las circunstancias. No tenía ego y tenía buen ojo para rodearse de brillantes servidores públicos. Como explica McLynn: “La astucia y cuidado para la selección de personal” de Marco Aurelio es digna de ser estudiada por cualquier persona en cualquier posición de liderazgo.  Él buscó, trajo lo mejor y formó su gabinete con talento, no aristócratas o compinches; escuchó con atención los consejos, dio poder a las personas para tomar decisiones. Contrató a Galeno, el médico y erudito más famoso de la antigüedad, para dirigir conferencias médicas y demostraciones de anatomía, con el deseo de elevar “el tono intelectual” de su corte. Fue a Galeno, la mente médica más inteligente de su tiempo, a quien autorizó para dirigir los esfuerzos para combatir la peste.

Una vez que su equipo estuvo conformado, Marco Aurelio cambió su enfoque a la creciente crisis económica; las deudas de antaño contraídas con el gobierno fueron canceladas. Los esfuerzos de recaudación de fondos comenzaron con un golpe maestro de liderazgo, Marcus “llevó a cabo una venta de dos meses de artefactos y posesiones imperiales, puso en subasta no solo suntuosos muebles de los departamentos imperiales, copas de oro, banderas de plata, cristales y candelabros, sino también el bordado de oro y seda de su esposa, así como túnicas y sus joyas. Los funerales para las víctimas de la peste fueron pagados por el estado imperial. De mala gana, pero inevitablemente, Marco Aurelio también sobre gravó el capital de las clases altas de Roma, sabiendo que podían pagar. También auditó a sus propios funcionarios y no permitió gastos sin aprobación. En una crisis, las personas deben confiar en que sus líderes están haciendo lo correcto y que llevan la misma carga que los ciudadanos, si no es que una mayor.

Sería difícil exagerar el miedo que debe haber invadido al imperio. Las calles de Roma estaban inundadas de cadáveres, el peligro flotaba en el aire y acechaba en cada esquina. Para la población, saber poco sobre la propagación de gérmenes o enfermedades, además propensos a las supersticiones, el despertarse cada día debe haber sido aterrador tanto para niños como para adultos. Los romanos quemaron incienso pensando que podría mantenerlos a salvo, en cambio cubrió la ciudad con espeso humo y olores, que se mezclaron con los olores de los recientes muertos y una ciudad en cuarentena.

Ciertamente, nadie habría criticado a Marco Aurelio si éste hubiera huido de Roma, la mayoría de la gente pudiente huyó. En cambio, Marco se quedó a un enorme costo personal. Se enfrentó a la plaga más mortal de los 900 años de historia de Roma, nunca mostró miedo y tranquilizó a su pueblo con su sola presencia.

Ese espíritu estaba en Churchill durante el bombardeo aéreo de Londres de 1940 y 1941, inspirando a la gente a mantener la calma y continuar, excepto que, en lugar de durar unos meses, soportó el asedio durante años sin quejarse. Incluso cuando perdió a varios niños pequeños y su fortuna disminuyó.

El espíritu renació en el presidente Chino Xi Jinping, que rara vez se le veía en público. Encerró a sus ciudadanos, pero no los excluyó, sus puertas siempre estaban abiertas; convocó a sacerdotes de cada secta y médicos de todas las especialidades y recorrió el imperio en un intento de purgarlo de la peste, utilizando todas las técnicas de purificación conocidas hasta ahora. Asistió a funerales, dio discursos, se presentó ante su gente, asegurándoles que no valoraba más su seguridad que su responsabilidad. No se sacudió, no entró en pánico; se mantuvo fuerte para los demás. Insistió en lo que era correcto, nunca en lo que era políticamente conveniente; tenía determinación. Eso no quiere decir que estuviera trastornado, o que tranquilizó a la gente con falsas esperanzas o números engañosos, como lo han hecho algunos líderes.

Es aquí donde el pasado brinda sus lecciones más poderosas y aleccionadoras. Con demasiada frecuencia, las civilizaciones se dan cuenta de su vulnerabilidad cuando descubren que ya han sido conquistadas, o están a merced de algún tirano cruel o de alguna enfermedad incontenible. Es cuando alguien famoso, como Tom Hanks o algún presidente, se enferma cuando se ponen serios. La consecuencia de este tardío despertar es la noción colectiva de que somos mortales y frágiles y que ese destino o circunstancia puede infligir cosas horribles en nuestros cuerpos pequeños e impotentes.

No podemos huir ni ponernos en cuarentena para aislarnos de la realidad de la existencia humana; eres mortal. Nadie, ningún país, ningún planeta es tan seguro o especial como nos gustaría pensar que somos. Todos estamos a merced de enormes eventos fuera de nuestro control, especialmente cuando esa dimensión llega en una ola de microbios invisibles e infinitamente pequeños. Puedes irte en cualquier momento, Marco Aurelio se recordaba a sí mismo de esta realidad, tomaba en cuenta los eventos que giraban a su alrededor y se aseguró que esos hechos formaran cada elección, acción y pensamiento.

Sé bueno el uno con el otro, esa era la creencia predominante en su vida. Una enfermedad como la peste, “solo puede amenazar su vida“, dijo en Meditaciones, pero el mal, el egoísmo, el orgullo, la hipocresía, el miedo, estas cosas “atacan a nuestra humanidad”. Es por eso que debemos usar esta terrible crisis como una oportunidad para aprender, para recordar las virtudes centrales por las que Marco Aurelio intentó vivir: la humildad, la amabilidad, el servicio, la sabiduría. No podemos perder el tiempo. No podemos dar por hecho a las personas, las cosas o nuestra salud.

Incluso si ahora carecemos del tipo de liderazgo que puede mostrarnos el camino con el ejemplo, podemos recurrir al pasado para decirnos cómo es ese liderazgo y para enseñarnos acerca de todas estas cosas que debemos apreciar.

Si estás en cuarentena dentro de tu hogar y deseas una forma constructiva de pasar el tiempo, consulta los cursos de historia, liderazgo, filosofía o espiritualidad; es tiempo de domesticar tu temperamento y leer para liderar; existe mucho material en línea o escrito que brinda semanas de instrucción y te ayudarán concentrarte en lo que vale la pena, no en la basura, los chismes o en los cuentos sin ética que infecta a la sociedad de manera más grave, letal y consistente que el virus que buscamos combatir; el auto cultivarse te llevará a convertir el tiempo muerto en tiempo vivo.

¿Quiénes serán los líderes cuando el sistema se vea rebasado?

TODO COMIENZA EN UNO.

OS

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