Lo que el señor Trump ignora

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El mundo ya no se divide en países, sino en zonas económicas. Las regiones exitosas son las que dejan de lado las pasiones nacionalistas y se integran en favor del bien común. La relación entre Estados Unidos y México ha venido madurando de comercial a industrial. Aun así, en lo que va del siglo el dragón asiático nos arrancó de un zarpazo más del 30% de nuestra participación en el marcado mundial, como Región América del Norte. Es el momento de fortalecer puentes, no de destruirlos. Pero eso el señor Trump no lo sabe.
Si algo nos ha enseñado la historia de la Humanidad es que cuando los fundamentalismos prevalecen sobre la razón, cuando la intolerancia vence a la transigencia y cuando un pseudo líder con ínfulas mesiánicas siembra el odio xenofóbico en la población, exaltando un falso orgullo patriótico, las consecuencias han sido devastadoras: masacres estériles, exterminios inhumanos y guerras fratricidas. Pero eso el señor Trump probablemente lo ignora.
Entre los Apalaches y las Rocallosas un fértil valle abarca gran parte del territorio norteamericano. Produce una enorme cantidad de productos agropecuarios. Realizan esas actividades principalmente inmigrantes, sin cuya mano de obra el mercado laboral de nuestro vecino lanzaría por las nubes los salarios, sacaría de competencia a muchas empresas y les encarecería la canasta básica, con sus respectivas consecuencias inflacionarias y en las tasas de interés en todo el planeta. Pero eso el señor Trump quizá tampoco lo comprende.
Es cierto que la mayoría de la población estadounidense no es católica, religión latina por excelencia. Pero más del 70% profesa una religión cristiana, incluida la protestante, en las que la crucifixión y resurrección juegan un rol importante. Por lo que equipararse con Jesucristo, con la diferencia que él no necesitaría “una tonta cruz”, es una apuesta tan insolente como arriesgada. Pero eso tal vez el señor Trump lo desconoce.
Aparte de más de un millón de dólares por minuto en mercancías, México exporta a Estados Unidos talento, cultura, arte, trabajo y progreso. Los delincuentes son pocas y lamentables excepciones, y existen en todas las sociedades. La nuestra es una relación simbiótica. Pero eso al señor Trump lo tiene sin cuidado.
Es muy grave que el señor Trump ignore todo esto. Ultimadamente no es su culpa. Pero sí lo es  de sus padres por malcriarlo; de sus profesores, por haberle permitido aprobar las materias de economía, historia, geografía, religión y lógica, y de quienes lo apoyan.
Y más grave aún si el señor Trump lo sabe, pero no le importa en su afán de privilegiar una aventura personal y una ambición insana a costa de infringirle un mal terrible a su país y al mundo. Pierda –y espero que así sea– o no la elección, el daño ya está hecho.
Extraer la semilla del odio xenofóbico requerirá voluntad, paciencia y, sobre todo, tiempo. Por lo pronto, urge frenar las impúdicas aspiraciones del señor Trump.

La comunidad hispana, avecindada allá, tiene la última palabra. Cuenta con todo nuestro apoyo.

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