Hijos que no visitan a sus padres

Hay hijos que no llaman a sus padres, que a penas les visitan y ni se preocupan por su bienestar. Si bien hay varios factores que explican esta realidad, y pueden ser hasta comprensibles, otros no lo son tanto y solo generan sufrimiento.

Hay muchos hijos que no visitan a sus padres, que cada vez espacian más esos encuentros y terminan por cortar el vínculo. Estas son realidades que últimamente acontecen con mayor frecuencia y que, en muchos casos, suscitan un gran sufrimiento en alguna de las partes.

Bien es cierto que, en ocasiones, ese distanciamiento está justificado. Sin embargo, en otros casos hay factores difíciles de explicar.

En el instante en que uno se convierte en padre, da por sentado que contará con el afecto de esos hijos hasta el fin de su existencia. Cuando hay un compromiso auténtico por ellos, se asume que la relación será siempre sana, auténtica y sólida. Sin embargo, en esta vida no hay una garantía sólida de casi nada y, en ocasiones, ese lazo materno o paternofilial queda fracturado.

En esas situaciones en que los progenitores no saben bien a qué se debe ese distanciamiento, la incertidumbre y el no saber generan una gran angustia. Siempre esperan a que el teléfono suene. Aguardan una visita que nunca llega. Intentan contactar con amigos de esos hijos, esperando saber de ellos o asegurarse, al menos, de que están bien.

Bien es cierto que cada familia es un mundo y cada persona es un universo. Insistimos, hay conductas que están justificadas. Sin embargo, no siempre queda claro qué motiva ese enfriamiento en la relación entre los padres y los hijos. Y la primera señal de alarma es cuando las visitas se reducen.

Los resentimientos no resueltos entre padres e hijos puede hacer que el vínculo acabe poco a poco por romperse. Las visitas son cada vez más esporádicas y apenas hay contacto por teléfono.

Es un hecho que, en los últimos años, son cada vez más los hijos que rompen la relación con sus padres. El modelo familiar está cambiando, ya no hay una supeditación tan firme de los hijos hacia los padres como la que evidencian, por ejemplo, culturas orientales como la japonesa. Muchas veces, cuando hay dinámicas dañinas o el propio hogar está desestructurado, es común que se opte por el distanciamiento.

Ahora bien, un estudio publicado en el The Journals of Gerontology y llevado a cabo por los doctores Glenn Deane y Glenna Spitz, puntualiza un dato relevante. Cuando los hijos no visitan a sus padres y optan directamente por romper la relación, no hay un solo factor que lo explique. En realidad, hay diversas variables que confluyen en esa decisión. Las analizamos a continuación.

Muchos hijos tienen claro que sus padres (o uno de ellos) se equivocaron en su manera de ejercer la paternidad o la maternidad. El autoritarismo o la falta de apego, por ejemplo, son dimensiones que crean distancias a menudo insalvables.

Es evidente que, en ocasiones, la causa de no desear visitar a los padres tiene un origen concreto. Una crianza y una educación acaecida bajo situaciones de maltrato hacen difícil que exista una armonía familiar. Cuando los hijos logran independizarse del hogar, es común que necesiten alejarse de alguno de esos progenitores que les dejó una herida traumática profunda.

Este es un hecho recurrente. Hay veces en que un hijo adulto toma conciencia de que cada vez que visita a sus padres, acontece una discusión y un desencuentro. Las diferencias de valores o incluso el hecho de que el hijo no haya cumplido las expectativas familiares son orígenes de disputas y malestares. 

Poco a poco, y para evitar situaciones incómodas, se opta por espaciar más las visitas.

Uno puede haber sido, desde siempre, el ojo derecho de su padre o de su madre… Hasta que inicia una relación de pareja. Entonces todo se viene abajo. Cuando los progenitores no aceptan a esos compañeros de vida que eligen sus vástagos, la relación se convierte en un campo de batalla.

Les insisten en que “merecen algo mejor” y eso termina tarde o temprano con un enfriamiento del vínculo. Asimismo, también puede darse otro hecho. En ocasiones, las parejas de los hijos son las que no toleran o no tienen buena sintonía con los progenitores del ser amado. Esa tensión en la pareja con los suegros puede traducirse en una decisión radical: dejar de hacer visitas.

Hay otra razón altamente compleja que explica por qué los hijos no visitan a los padres. Uno puede tener varios hijos y tener una buena armonía con todos ellos, menos con uno. Una personalidad difícil, compleja y hasta desafiante puede recrudecer el lazo entre padres e hijos.

Por otro lado, tampoco podemos descartar los problemas mentales. El trastorno límite de personalidad (TLP) e incluso las adicciones, por ejemplo, puede estar detrás de esa falta de visitas a la familia.

Siempre hay hijos con caracteres problemáticos que crean tensiones en la familia. Es común que, en ocasiones, puedan pasar largas épocas sin ver a sus progenitores.

Los hijos dorados (o preferidos) son motivo de dinámicas altamente complejas en el seno de una familia. Cuando los padres favorecen a uno solo de los hijos y los demás se sienten discriminados, se opta muchas veces por el distanciamiento. Son situaciones cargadas de rencor a causa de un afecto selectivo por parte de los progenitores.

Hay hijos que no visitan a sus padres porque no les es posible. Vivir en otras comunidades, ciudades e incluso países dificulta tener esos encuentros físicos tan enriquecedores. El trabajo y tener una familia propia hacen también que esas visitas sean a veces más esporádicas de lo que uno desea.

Sin embargo, a pesar de la distancia, los hijos que aman a sus padres están siempre en contacto. Siempre hay una llamada diaria para preguntar un “¿cómo estás mamá?, ¿qué tal ha ido el día, papá?”Esos gestos y esa necesidad de saber de unos y de otros mantiene fuerte el vínculo a pesar de los kilómetros.

Hay un hecho sangrante y también velado que, en ocasiones, acontece en nuestra sociedad. Hay hijos que se desentienden de sus padres cuando estos más los necesitan. Las visitas dejan de producirse, el teléfono deja de sonar y el adulto de edad avanzada queda sumido en la soledad y el abandono.

¿Qué hay detrás de esta realidad? Una vez más, insistimos en que son hechos en los que confluyen muchas variables. En ocasiones, cuando los padres se vuelven cada vez más dependientes, los hijos ven como una carga el ocuparse de ellos. Aguardan a que los servicios sociales respondan, a que la comunidad ejerza el papel que ellos no desean asumir. El tiempo pasa y nadie actúa…

Son retratos de esa realidad más gris de nuestra sociedad que nunca deberíamos tolerar. Más allá de la relación que tengamos con nuestros progenitores, está la humanidad y la necesidad de prestar asistencia cuando estos no se pueden valer por sí mismos. Pensemos en ello.

Valeria Sabater.

 

Compartir