Feudalismo moderno en México

Entre los siglos X y XIII el feudalismo es el sistema imperante en Europa Occidental. Un sistema piramidal en el que el monarca estaba generalmente en la punta; este otorgaba tierras a señores (nobles), convirtiéndolos en sus vasallos; estos nobles, a su vez, podían subarrendar tierras a vasallos arrendatarios a cambio de renta, servicios o porcentaje de sus ingresos.

Así, se establecían cadenas de compromisos entre quienes eran terratenientes y quienes prometían rendir servicio militar, apoyo, tributo o pago en especie o en dinero a esos terratenientes que les otorgaban tierras para trabajar y usufructuar. Todos acababan alineados debajo de una figura monárquica, en un mismo “equipo”, en el que todos juraban lealtad a su señor feudal inmediato superior. En la base de la pirámide estaban los trabajadores libres y no libres (siervos). Estos campesinos juraban lealtad y no podían dejar el feudo; trabajaban para obtener sustento sin recibir pago alguno (señorío). 

Hay quienes sostienen que en México nunca hubo feudalismo, pero el debate sigue abierto acerca de si el virreinato instaló una especie de cuasi feudalismo, ya que en México (al inicio del virreinato) no había latifundios ni castillos, pero si existían prácticas similares a las que aplicó el feudalismo europeo. A final de cuentas, parece que se esconde ese feudalismo mexicano del siglo XVI (e incluso posterior con las tiendas de raya del porfiriato) detrás de tecnicismos débiles. Había virreyes y ellos hacían y deshacían a su antojo, escogiendo a sus señores para exprimir a la Nueva España de la manera más efectiva posible. Se supone que, con el paso de los años y la llegada de la revolución en 1910 y los efectos de la revolución industrial, se pulverizaron los latifundios y los vestigios de aquello que se podía asociar con el feudalismo clásico de Europa. Sin querer sonar muy trágico o pesimista, pienso que deberíamos preguntarnos si en realidad las bases económicas y estructurales de lo que era el feudalismo, más allá de los reyes o monarcas y sus castillos, han desaparecido del México del siglo XXI y si eso tiene un efecto en niveles de prosperidad, desarrollo o pobreza; me parece que no.

Por 70 de los últimos 90 años, en la punta de la pirámide estuvo un partido que cada 6 años tenía un nuevo monarca que hacía y deshacía a su antojo. Otorgaba “tierras” (o activos) a grupos afines que juraban lealtad; colocaba “virreyes” o “señores” (gobernadores) y delegados a “usufructuar” (manejar) los estados a cambio de favores, votos, recursos, y lo que eventualmente llamaron “paz social”. Nacionalizaron grandes e importantes sectores de la economía y se los entregaron a los sindicatos (señores líderes sindicales). Se hicieron de grandes empresas paraestatales y bancos que manejaban sin mucha pericia ni disciplina administrativa. Eventualmente seleccionaron “señores” empresarios afines y alineados, que seguramente juraron lealtad (tal vez no de rodillas), para privatizar esas empresas y otorgarles concesión tras concesión. Las nuevas leyes se aplaudían como grandes reformas, pero detrás escondían un pacto de facto entre el monarca en turno y los señores selectos; estos últimos y sus cotos de poder se volvían intocables, salvo casos excepcionales de quien se atrevía a patear el pesebre o regatear lealtad. Eventualmente, surgió un partido con una oferta distinta, señalando las fallas del sistema de 70 años y prometiendo liquidarlo; finalmente, en el año 2000, logró escalar a lo más alto de la pirámide y retar el statu quo con un “monarca” que procuró acabar con el sistema piramidal, pero sus esfuerzos no movieron la aguja, incluso acabó, por ejemplo, en manos de la lideresa sindical encargada de la educación; hoy ese monarca raya en la locura. Su reemplazo, del mismo partido, decide subir impuestos, lanzar “las cruzadas” contra el crimen organizado (otros “señores” siempre intocables), y emprender reformas que, eventualmente y en su mayoría, se quedaron huecas. Así, tras doce años de fintas y logros marginales, no hubo de otra más que regresarle el poder a esos que estuvieron 70 años, no sin antes entregar en tributo un avión de última generación para el nuevo monarca y un pacto entre amigos de cuidarse las espaldas mutuamente, relación que los haría alinearse pocos años después ante la llegada de una nueva amenaza para ese duopolio con tonos feudales. El nuevo, habla y habla, nombra a algunos de los “señores” feudales como sus consejeros y les guiña el ojo cuando decide no hacer gran cosa por abrir mercados y promover competencia. Compra apoyo militar con negocios para ellos. Su enfoque está en reducir la competencia partidista; la competencia económica no es de su interés, mientras pueda seguir regalando dinero a la base de la pirámide, en un esfuerzo por reducir la pobreza para la foto y, tal vez, no sostenible. Más o menos así se ve el “México feudal” en 2023. Tristemente, ninguno de los que suenan para 2024 parece dispuesto o con el perfil adecuado para atacar el sistema feudo-piramidal que ahorca al país y su población.

Los dados siguen cargados a favor de pocos. Debemos aspirar a mucho más y mejor. Una verdadera transformación debe incluir el destierro de ese “México feudal” moderno y deshacer el contubernio nocivo de lealtades. ¿Quién de los que suena tiene con qué? ¿Se atrevería?

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