El retorno

Principalmente por motivos de trabajo, he tenido la oportunidad de conocer otros países y compartir en este espacio impresiones sobre lo que veo y percibo. Por más de 20 años he compartido reflexiones de “benchmark” o comparación entre lo que se ve en otros países y lo que vemos en México, siempre con la idea de promover o impulsar ideas de mejora, principalmente en lo que tiene que ver con el actuar del gobierno y, con frecuencia, sobre los huecos que tenemos en infraestructura que determinan las condiciones necesarias para poder lograr ese elusivo crecimiento y desarrollo económico que le urge al país hoy (y hace 20 años).

En el año 2000, publiqué en este espacio una opinión (“El cuello de botella para el desarrollo de México“) sobre el ridículo triunfalismo de políticos mexicanos (priístas de entonces) que presumían tasas inerciales de crecimiento (impulsadas por la economía americana y no por políticas nacionales) mientras la infraestructura del país mostraba señales obvias de deterioro, olvido y escasez. El párrafo siguiente, de aquella columna, tiene 22 años de haberse escrito: “El tema de la infraestructura me llama poderosamente la atención. Todos lo podemos ver a diario, simplemente miren a su alrededor y piensen cuánta gente más podemos acomodar en nuestra ciudad, cuántos carros caben en nuestras calles, cuántos pupitres en las escuelas existentes, cuántos tráileres en nuestras carreteras, cuántos enfermos en los hospitales, cuántos criminales en las cárceles, cuánta agua más puede bombear Agua y Drenaje, cuántas cartas más puede entregar Correos y la lista sigue. Ahora acuérdense que viven en una de las 10 o 15 ciudades más desarrolladas del país, ¿qué puede esperar el sur de México?”.

Esta semana tomé un vuelo de Detroit a Monterrey donde a los 100 pasajeros nos recibieron DOS agentes de migración que, aparentemente por diseño, buscan maximizar el largo de la fila para entrar a México, especialmente la de los visitantes extranjeros, viajeros de negocios representando a esas empresas multinacionales a las que supuestamente le queremos abrir las puertas para seguir invirtiendo en México. El tradicional cuello de botella de bienvenida, cortesía del Instituto Nacional de Migración. Una vez que mi colega americano salió de la fila de migración, tomamos un Uber para que nos llevara a una reunión en el Parque de Investigación e Innovación Tecnológica del estado de Nuevo León (PIIT). El sitio de internet del estado de Nuevo León se refiere así a este parque: “Este parque científico y tecnológico que se encuentra localizado en el municipio de Apodaca, Nuevo León, cuenta con 38 centros de investigación y 2 incubadoras empresariales de alta tecnología que tienen infraestructura de clase mundial; y en el mismo laboran más de 3,000 científicos que buscan soluciones tecnológicas a problemas y demandas de la sociedad y del mercado. El PIIT es líder en México y modelo para América Latina”. Y sí, hay cosas muy buenas dentro de ese parque, incluyendo instalaciones y profesionistas de clase mundial, pero la parte que casualmente deja fuera el gobierno estatal es que para recorrer los 3 kilómetros de distancia entre el aeropuerto y el PIIT hay que tomar una muy deteriorada y peligrosa carretera de cuota (cuota que no se cobra para recorridos parciales como este) que debe tener unos 20 años de antigüedad y que fue diseñada sin retornos funcionales. Es decir, para llegar del aeropuerto al PIIT uno pasa frente a ese “parque científico y tecnológico… modelo para América Latina”, deja la carretera de cuota en Camino a Pesquería, y buscar crear su propia especie de retorno en condiciones altamente inseguras, cruzar la carretera por un puente de dos carriles, volver a encontrar la forma de retornarse y reincorporarse a la carretera de cuota para entonces manejar unos 2 minutos y llegar a ese “parque modelo”. Ese retorno y ese trayecto resumen lo que es México en su infraestructura. La infame carretera de cuota del aeropuerto de Monterrey nos muestra que si por algún motivo los políticos (de cualquier partido) y sus políticas económicas de pronto nos hicieran aspirar a un crecimiento económico relevante y sostenido, la mediocre infraestructura que hay pondría un freno inmediato a cualquier sueño de progreso. Estamos hablando de Monterrey, de un aeropuerto internacional, de una carretera de cuota y de un centro tecnológico “modelo” en uno de los estados más prósperos de México y en una zona a la que han llegado decenas de miles de millones de dólares de inversión en los últimos veinte años, pero no nos alcanza para un retorno o una carretera sin baches. No es placentero ver lo comunes que son los cuellos de botella en México. La infraestructura está topada aún en las zonas “prósperas” y mientras, tenemos políticos mediocres contentos de que seamos de lo mejor de Latinoamérica (o CONCACAF). Esos benchmarks sirven menos que un retorno que no existe.

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