El mejor desayuno del mundo

Debido a la información y la “información” que fluye diariamente, dentro y fuera, sobre nuestro querido país, a veces se vuelve muy fácil caer en la tentación de criticar todo sobre México, de ser altamente negativos.

Es obvio que nadie puede negar que llevamos cuatro décadas de magro crecimiento económico, de aumento peligroso de la inequidad y de elevados niveles de cinismo y corrupción. Llevamos ya casi dos décadas desde que la inseguridad se disparó; la violencia y los homicidios no ceden y ciudades mexicanas ocupan, tristemente, los poco honrosos primeros lugares de la lista de ciudades con más homicidios proporcionalmente a su población. Gobernantes y políticos, de todos colores y niveles, no cesan de hacer de las suyas y solo tribunales americanos parecen impartir justicia, muy de vez en cuando; hay estados que han sufrido desfalcos multimillonarios y la población insiste en seguir votando por los amigos y socios de quienes desfalcaron a su estado. Quienes gobiernan hoy festejan las oportunidades que trae el famoso “nearshoring” al mismo tiempo en que se esmeran para reducir la confianza de quien invierte, con prácticas, discursos y rollos rancios, debilitando instituciones, militarizando cada vez más actividades económicas, ignorando la importancia de la ciencia y la tecnología, con infraestructura limitada aderezada de proyectos faraónicos de dudosa utilidad. Ni siquiera el fútbol (ese que llegó a ganar medalla de oro en la olimpiada de 2012) parece funcionar, y el ilusorio concepto de llegar al cuarto o quinto partido parece más bien la metáfora perfecta y el reflejo de muchas cosas que no funcionan y que urge ajustar. Seguimos saltando a la cancha, en el fútbol y en general, pensando equivocadamente que jugando como siempre, con pase lateral y autogoles, se puede llegar al quinto partido. Aún así, queremos ajustar y cambiar la realidad con las mismas fórmulas, los mismos vicios y hasta las mismas personas (y partidos) que traen las mismas ideas; un reciclaje de la ineptitud y la ineficacia que nos tiene donde estamos, lejos de ese “quinto partido”. No existe autocrítica, ni del votante ni del político en turno. Nos acostumbramos, parece, a lo poquito, a lo mediocre y una nación entera se sume en el sentimiento de impotencia acerca de la realidad de estar en un tobogán que solo te lleva cada vez más abajo con aparentes pocos prospectos para mejorar el rumbo para la gran mayoría. 

Nos urge una dosis de optimismo que nos saque de la polarización destructiva y paralizante que nos corroe a diario. Es difícil reconocer o identificar pequeñas victorias, que sí las hay a lo largo y ancho del país, porque hemos venido operando en modo resumidero; sí, invariablemente esperamos que todo vaya hacia abajo, todo mal, todo negativo para acabar en el drenaje de la historia. Es indispensable reconocer que los mexicanos no somos, por definición, ni negativos, ni pesimistas, ni perdedores; simplemente, el ambiente y el sentimiento que se ha propagado en el país, a nivel liderazgo, con información y con “información“, con realidad y “realidad“, nos ha predispuesto a bajar la cabeza, a no querer ver hacia arriba y no darnos cuenta que tenemos un cielo tan azul como cualquier otro país, gente tan capaz y productiva como la de cualquier otra nación, un país que tiene mucho más que ofrecer. Por eso es relevante reconocer victorias de deportistas, triunfos de artistas y estudiantes, de mexicanos promedio, logros de empresas mexicanas alrededor del mundo. Nuestros gobernantes, de hoy y de antes, rara vez reflejan la grandeza, el empuje y la capacidad que tenemos como país y como gente, menos aun cuando son alérgicos al futuro y añoran el pasado, rodeados de focas incondicionales (compradas) que les hacen creer que son infalibles de tanto que les aplauden.

Por eso, quiero proponer que los mexicanos, uno por uno y todos juntos, cambiemos de chip y renovemos nuestra confianza como país a partir de pequeños y simples triunfos cotidianos. Por ejemplo, debemos estar orgullosos y sentirnos invencibles cuando nos demos cuenta de que tenemos los mejores desayunos del mundo. Que no existe país “de primer mundo” que pueda siquiera acercarse a competir con la frescura, variedad, calidad y sabor que un desayuno tiene en México. Desde las gorditas o tacos de la esquina más simples, un plato de fruta fresca, un jugo recién exprimido, machacado, o chilaquiles, hasta el bufé del hotel para turistas pudientes. Me niego a aceptar que un país que es capaz de tener esos manjares no sea capaz de enderezar el rumbo si se lo propone y si cambia el pesimismo, el hartazgo, la polarización y el síndrome de lo poquito que nos han alimentado líderes políticos, por una población que se anime a levantar la cabeza, a reconocerse y sentirse ganadora y positiva para empezar a atender y resolver desde los problemas más simples hasta los más complejos, con tiempo, orden y perseverancia.

Suena simple y hasta tonto, pero si volteamos a nuestro alrededor podremos identificar triunfos pequeños y cada vez más obvios y grandes que nos hagan recordar que merecemos distinto, merecemos mejor, aunque haya algunos, los de siempre, que quieran insistir en darnos lo de siempre para tener los resultados… de siempre. ¡Ánimo!

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