El debate necesario

La Enciclopedia Humanidades dice: “El debate es una forma de comunicarse que consiste en la confrontación de diferentes puntos de vista respecto a un mismo tema. El encuentro se realiza entre dos partes o más (dos personas o grupos) en el que un asunto específico es abordado desde diferentes concepciones. En un ambiente escolar y académico, el debate resulta una herramienta útil para analizar temas de estudio y permitir alcanzar un mayor nivel de conciencia. No se trata de una pelea o de una burla hacia el otro, sino de una conversación entre personas que se respetan y se escuchan. Es comprensible que las personas tengan diferentes opiniones y reacciones sobre un mismo tema, especialmente si están relacionadas con la política o la ética. A través de un debate es probable que las partes no cambien de parecer, pero sí que puedan comprender mejor a aquellos que piensan distinto”.

Vivimos una de las peores crisis de comunicación entre personas, amistades, familias, organizaciones y sociedades enteras. Es obvio y muy preocupante que aún con todas las herramientas de comunicación que tenemos a la mano y el tiempo que dedicamos muchos a (mal)utilizarlas, los ciudadanos somos cada vez menos capaces de comunicarnos, de comparar ideas, de contrastar puntos de vista, de proponer soluciones. Somos esclavos del meme fácil. Ya antes en este espacio hemos hablado de las cajas de resonancia y de cómo somos presa fácil de algoritmos (propios o ajenos) que nos hacen estar rodeados solamente de opiniones que confirman nuestros sesgos, filias y fobias, y nos radicalizan, nos cubren de un teflón invisible a ideas distintas. Así, acabamos rodeados de gente que “piensa” (tal vez no mucho o no claramente) igual que yo. Y no es solo “culpa del algoritmo”, nuestras amistades y conexiones más cercanas en redes sociales rara vez permiten una duda o una pregunta sobre temas que en dicho grupo esperan sean dadas por hecho sin cuestionarles una sola coma. Atreverse a levantar la mano, o peor aún, la voz, echa a andar un proceso más o menos gradual en el que esa persona que levantó la voz o la mano es criticada, marcada, aventada a la orilla e incluso por la borda de dicho grupo de “amigos” o “conocidos”, supuestamente afines y con intereses comunes. Nadie quiere debatir. Nadie quiere arriesgarse a tocar una nota desafinada en la “orquesta” convertida en una caja de resonancia. Calladito te ves más bonito. Cada vez sabemos menos cómo debatir o siquiera cómo contrastar puntos de vista sobre temas simples. No, no se trata de pelearse, tampoco de una competencia por terminar implantando tu verdad (“veldad” para Niurka). Es alarmante que entre tanta gente con opiniones aparentemente tan fuertes e inflexibles sobre los grandes temas que le importan al país, sean tan pocos los que se animen a abiertamente comparar y contrastar dichas opiniones con las de alguien que difiere. Es como si no quisiéramos darnos cuenta o comprobar que estamos equivocados sobre tal o cual idea. Lo nuestro, lo de hoy, es el repetir los “talking points” y evitar, a toda costa, cambiar de parecer sobre algo.

Hacen falta muchos más debates sobre muchos más temas. ¿Por qué no se puede? ¿A quién conviene que no los haya? No podemos aceptar que la verdad sobre casi cualquier tema de interés para México y sus ciudadanos solamente pueda estar en los límites de un lado o de otro. Yo no creo que un país entero esté dividido en dos grandes y homogéneos grupos de personas que ven todo blanco de un lado y todo negro del otro; dos grupos que representan el cero de un lado y el uno del otro; la luz y la oscuridad. Es más, me atrevería a afirmar que quienes estamos en el centro y somos capaces de darnos cuenta de que no todo es cero o uno, blanco o negro, somos mayoría. La mayoría, muchas veces silenciosa, que, con frecuencia, y ante los datos y evidencia, es capaz de entender y reconocer cuando los del cero tienen razón en algo y más tarde, el mismo día incluso, pueden entender y reconocer que los del uno tienen un buen punto. De pronto, estamos en este vacío de ideas y profundidad, un mundo binario donde todo está mal o todo está bien, según a qué polo le preguntes. Y rara vez existen unos milímetros de profundidad sobre los temas, los porqués de las cosas, lo que hace bien o mal uno y también el otro. Si aquellos que son afines a mí se equivocan, ni cuenta me doy o lo racionalizo. Si la equivocación sucede en el polo de enfrente, entonces es motivo suficiente para llamar a una revolución o mínimo a una marcha o a un ejército de bots (orgánicos y pagados) a machacar el error en la mente de todos en redes sociales o medios de comunicación. Somos más y más incapaces de analizar, entender y después debatir puntos de vista.

Tal vez deberíamos tener en cuenta esta frase (no sé quién es el autor) acerca de posturas absolutas sobre temas que deben ser debatidos: “Si no puedes argumentar inteligentemente los dos lados de un tema, no entiendes suficientemente bien el tema como para argumentar por uno de los lados”. O mejor aún hacer caso al ensayista francés Joseph Joubert, que nos dice: “es mejor debatir un tema sin llegar a un acuerdo, que estar de acuerdo sin debatir el tema”.

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