El ciclo. No hay plazo que no se cumpla…

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El ciclo es sabio, porque parte de la ilusión del pueblo dañado que con esperanza añora el alivio de sus penas, el pópulo ansioso de descanso ve en la persona de “El Nuevo” el camino franco a la salida de una prolongada agonía. El camino sexenal arranca con el efervescente ánimo del que lo cree todo; más como receta de médico, el paciente ilusionado pasa del dolor al desengaño, del esfuerzo al desánimo y del desencanto al odio, Pero cuando el ritmo es perfecto, el infectado se prende y apaga al son de sus debilidades, pues si se altera el ritmo nadie sabe como reaccionará el enfermo.

Escuchamos juntos el dicho sonoro ¡No te pases! Seis años no son tantos, pero son suficientes para olvidar con modo, en un sexenio se tejen historias que apenas aguanta el acongojado, Pero por ningún motivo se debe transgredir el ritmo, pues si el pueblo no siente el relevo, si se confunde y le parece eterno, entonces entero se enciende y no hay salida para la presión resultante que explosivamente demuele sueños y los revuelca en el lodo.

¿Cuándo pensó el ungido que podría fácil pasarse de largo? ¿Qué acaso no ha visto lo que promete el ritmo?

Nadie es impune si se pasa de tueste, la vorágine arriba si se sale a destiempo, el celo mata y se enardece la turba, se viste al diablo que desatado sale a prolongar la gresca. ¡Malas ideas le metió en la cabeza el inefable! ¿De dónde sacó que alguien al suprimir el tiempo puede consolidarse? El pueblo aguanta, pero tiene como margen de sangre solo seis años para aguantar a un gobernante.

Lo esbozó Otto Granados con mente brillante, los primeros dos años son de lisonja y amantes, el que manda no ha hecho nada, pero el público displicente lo convence de que merece todo. Luego parece que se congela el tiempo, el encumbrado cree que el poder es suyo y le acompañará por siempre, no distingue que como el viento pasa y en un instante se desvanece como un mal sueño en la mañana helada.

La última etapa despierta al infierno, la traición y el descontento del lisonjero emanan con un ríspido tufo y se engalanan, el que antes era paje ahora se siente perfecto, toma en los descuidos del jinete la rienda y si este no detiene con fuerza a la bestia, ella sin tiento de un reparo le avienta, le lanza al aire y en su caída cruenta lo cuece a coces con reparos de tormenta, quien cruza el límite de la sexta vuelta, no sirve luego ni para presentar la cuenta. Pero recuerda que del suelo no pasas si solo subes seis gradas sagradas, si al plazo escapas para ti en el suelo adolorido y vapuleado existirá un eterno lamento, el pueblo que no perdona te proveerá el mayor y constante tormento, Pregúntale a Díaz, que después de cien años ni en huesos ha vuelto.

¡Que Dios Nos Bendiga!

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