De política y aviones

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Siempre he pensado que existen grandes similitudes en el arte de conducir un aeroplano y el de gobernar. Ambas son actividades apasionantes y sublimes; pero, a la vez, pueden ser riesgosas y peligrosas, convirtiéndose frecuentemente en el epicentro de noticias internacionales. 
 
Cuatro son las fuerzas que interactúan tanto en los aviones como en los gobiernos: la potencia, la sustentación, la gravedad y el lastre. La primera, es la tracción ofrecida por el motor, ya sea de pistón o turbina, alimentado por el combustible: jala siempre hacia delante. En un gobierno equivale al empuje otorgado por la figura de sus representantes, la eficacia de sus acciones y la certeza de sus políticas públicas. En ambos casos, de ella depende la velocidad y lo lejos que se pueda llegar.
 
La sustentación la generan las alas y es lo que mantiene al avión en vuelo, así como el andamiaje legal y la solidez institucional son las fuerzas que sostienen un estado: jala siempre hacia arriba. Las alas, como las instituciones, deben ser fuertes y de la envergadura apropiada. De otra forma, colapsarán y causarán una catástrofe.
 
La gravedad es una fuerza que afecta a todas las aeronaves por igual. Constituye el principal reto de la aerodinámica, aunque es necesaria para un final feliz de todo vuelo: jala siempre hacia abajo. Los gobiernos se ven asediados continuamente por factores y amenazas externas, y a cada cual corresponde convertirlos en oportunidades. Eso sí, entre más pesado sea un aparato, aéreo o burocrático, más complejo resultará lidiar con esta fuerza.
 
El lastre es la fuerza generada por la resistencia al aire y está íntimamente ligada a los materiales y a su diseño: jala siempre hacia atrás. En una administración, frena o detiene su buen desempeño, y suele estar relacionado con rasgos personales o agendas ocultas de sus representantes, así como grupos de choque o de presión con intereses particulares.
 
Pareciera que tanto los pilotos como los políticos, ambos comandantes al mando de sus respectivas naves, fueron maldecidos con el mismo sortilegio: por más que se esfuercen y pongan todo su empeño en hacer bien las cosas, no conseguirán llegar más pronto a su destino ni recibirán el reconocimiento de sus pasajeros; pero el más mínimo descuido de su parte puede causar tragedias insospechadas.
 
Las de piloto y político son profesiones incomprendidas, demandantes y, muchas veces, no valoradas en su justa dimensión. No respetan horarios ni fines de semana. Ambas requieren de preparación y experiencia para poder sortear vendavales y tormentas.
 
Convertir las debilidades en fortalezas y las amenazas en oportunidades es una virtud. Al final de cuentas, el piloto avezado como el estadista saben que entre más fuerte sople el viento en contra más rápido cobrarán altura.
 
Y qué mejor que sean diestros y capacitados para enfrentar las turbulencias y llevar felizmente a su destino a una carga tan exigente y frágil.
 
¡Feliz viaje!
 
 

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