David y Goliat

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El bien trabaja aislado arriando ovejas, incansable anda en prados lejanos atendiendo borregos perdidos, deja el rebaño entero por cada uno de sus descarriados miembros, no hace ruido, no amedrenta, humilde se tiende en el suelo para sacar con sus manos al crío de una profunda grieta, cada rescate es un nuevo triunfo, una sonrisa ilumina su rostro y al son de su alegría recupera la fuerza y brilla con la intensidad del sol que ilumina al mundo.

En la cumbre más vistosa orgulloso se yergue el mal, levanta su pesada espada y ruge como el fragor de una tormenta, su mejor arma es el miedo, con el congela a su oponente, lo desnuda y lo mancilla sin trabajo alguno. Orondo presume de su fuerza, y amenazante sacude a sus víctimas arrebatando la paz, menguando la energía y cortando el aliento.

Un amanecer se cierne cuando amenazante el mal intriga a la humanidad, todos temen y se esconden, la bruma de la obscura madrugada oculta los primeros rayos del sol, el bien se asoma a lo lejos, con sus manos desnudas avanza seguro de su objetivo, con paso lento pero firme avanza ante el arrebatado oponente, el mal histérico se retuerce, las venas de su frente se hinchan y mientras sus piernas de roble avanzan cimbrando con su peso el suelo, su imponente figura intimida al hombre, pero el bien no se detiene, lo observa y lo mide, de su cintura retira un delgado cinturón de cuero, se inclina y toma tres rocas, coloca la primera en el cuero y con destreza la lanza, con ella al imponente mal frena, toma la segunda y en el azorado gigante hace blanco y le hiere, el mal se mece de un lado a otro, sacude su cabeza sin soltar la espada, apretando el puño intenta recomponerse, la última piedra rasga con un silbido el viento, con un sordo golpe impacta y demuele, el rostro del mal se cubre de sangre, sus ojos se nublan y desde lo alto como abeto segado al suelo viene, el bien ligero se acerca a la espada y la levanta, con destreza lanza un golpe al cuello del derrumbado contrincante y su enorme cabeza del cuerpo se desprende rodando en el suelo inerte, acabada, sin suerte.

El hombre se levanta y al ver al mal derrotado emocionado al bien aclama. Priva la calma, el sol se levanta, el día arranca.

Hoy lanza tres pequeños actos de bien, destierra el miedo y vence a cualquier oponente.

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