Al otro lado del muro

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Tal vez en los manicomios no solo se encuentran personas que tienen trastornos en sus facultades mentales, sino también seres humanos que agotados del mundo ahí, voluntariamente, se enclaustran para ser ellos mismos, para vivir totalmente sanos. Y, por qué no, posiblemente los que no estamos recluidos en esos centros vivimos en otros peores, claro sin saberlo.

Magistralmente así lo expresa Gibran Khalil Gibran (1883 – 1931):

“En el jardín de un manicomio encontré a un joven de rostro pálido y hermoso, y lleno de asombro. Y me senté a su lado, en el banco, y le pregunté: – ¿Por qué estás aquí? Y él me miró asombrado, y respondió: – Es una pregunta indiscreta, pero la contestaré.

<<Mi padre quería hacer de mí una reproducción de sí mismo, y lo propio quiso mi tío. Mi madre quería convertirme en la imagen de su ilustre padre. Mi hermana hacía de su esposo, navegante, el ejemplo perfecto que yo debía seguir. Mi hermano pensaba que debía ser como él, un excelente atleta. Y también mis profesores, el doctor en filosofía, el maestro de música y el de lógica, estaban resueltos, cada uno de ellos, a que yo no fuera sino el reflejo de su propio rostro en el espejo. Fue así como vine a este lugar. Y lo encuentro más cuerdo. Por lo menos aquí puedo ser yo mismo.

Después, súbitamente, se volvió hacia mí preguntando: – Pero dime, ¿también a ti te trajeron a este lugar la educación y el buen consejo? – No- respondí -, yo soy un visitante. Entonces dijo: – Oh, tu eres uno de los que viven en el manicomio del otro lado del muro>>.”

La historia hoy encaja perfectamente, pues una intención que muchas personas tienen es tratar de encadenar a los otros – sobretodo a los jóvenes – a una interpretación única y parcelada de la realidad, a creencias y dogmas.

La mayoría de la gente aspiramos que los demás sean como somos, o bien a que sean como queremos que sean. Esta costumbre intenta fabricar de los otros clones de nuestras ideas, o personalidades a nuestro gusto; manía aplastante que afecta a personas que se encuentran próximas, a las cuales, sin intención, se pude afectar gravemente, a veces, permanente e irreversiblemente.

Esclavitud sutil

He sido testigo de padres que literalmente obligan a sus hijos – sobretodo al mayor – a estudiar la misma carrera que ellos emprendieron. De maestros indicar a sus alumnos el rumbo que “deben seguir” en sus vidas, o dictando los “procedimientos adecuados” para encarar tal o cual reto, o “recomendando” la maestría a estudiar, o la empresa en donde “deben” laborar. De madres “sugerir” a sus hijos con quien casarse, o a cuál escuela deben ingresar sus nietos, o qué hacer o no hacer con sus matrimonios, o qué colores de ropa usar o no usar. De matrimonios “imponer” a sus hijos los amigos por puras conveniencias sociales, económicas, profesionales, o qué se yo. He visto a profesoras de kinder que “enseñan” a pintar, suponiendo que en lo conocido es donde se gesta la originalidad y por ende la creatividad. La lista es interminable.

Díganme si no es frecuente que a niños y jóvenes se les diga: tu sabes, tu escoges, pero si no lo haces como yo te digo, entonces… ¡ Vaya manera de enseñar a ejercitar la libertad! ¡Vaya forma de amputarles la responsabilidad, de socavar el espíritu humano!

Desgraciadamente, sin darnos cuenta, cuando se insiste que las personas tomen los caminos dictados, al inventarles sus propias vidas, éstas se transforman en seres dependientes, “impensantes”, irresponsables, temerosas. Gravemente se erosiona su autonomía, creatividad, felicidad y posibilidad de realización.

Camino equivocado

Frecuentemente, se confunde la educación y la consejería fructífera con la manipulación, el buen consejo con la amenaza o el miedo, la educación con dogmas, la libertad con la sutil esclavitud. También, repetidamente, se olvida que cada ser humano supone “ser un agente moral”, con una individualísima capacidad para discernir entre “la persona que es y la que debe ser”. Se Ignora que la vida es un drama, que ser persona significa enfrentarse a los inevitables dilemas que continuamente la existencia plantea, que siempre hay verdades y caminos por descubrir, que un gran reto es lograr la congruencia entre nuestras intimidades y nuestros excelsos ideales.

Aconsejar o formar sin considerar a la persona como tal – única, libre e irrepetible -, el ser humano sería utilizado, rebajado, pues la ausencia de dialogo y reciprocidad deshumaniza. Sería como si el otro fuera una computadora a la que se le dicte programas a ejecutar, suponiendo que no sabe distinguir entre el bien y el mal, entre lo inferior y superior. Y, peor aún, esta forma de proceder somete a criterios, creencias, experiencias y realidades que no necesariamente encuadran con la vida del otro.

La cuenca interior

Formar mediante la consejería es crear genuinos ámbitos de encuentros, implica dialogar recordando eso que Martin Buber afirmó “el hombre llega a ser un yo, a través de un tú”; significa autenticidad, fuente de sentido y valor, comprensión del significado de una relación interdependiente. Guiar, en este sentido, es hacer ver que “solo nos empuja irresistiblemente hacia la vida lo que por entero inunda nuestra cuenca interior”.

Tres principios

Entender que la consejería es un proceso en el cual “dos libertades genuinas se encuentran en la persecución de un bien que tienen en común” y que este encuentro en el fondo constituye, aunque parezca extraño, “la sustancia del amor”. Lo contrario significaría fragmentación, alienación, distancia, mentira, deshumanización.

La consejería induce a la reflexión, alude a la razón, implica – como Aristóteles lo hacía – encaminar para el encuentro de tres principios elementales: la verdad, la bondad y la belleza.

Por tanto, no conviene brindarla en espacios dominados por jerarquías o binomios (estudiante – maestro, padre – hijo, jefe – subordinado, etc), sino en un ambiente en donde el encuentro entre las dos personas permita gestar una genuina apertura (sobretodo por parte del consejero/tutor).

En busca del bien

Quien aconseja requiere desear el bien de la otra persona. Necesita disposición para escuchar, saber preguntar con la finalidad que en los cuestionamientos se encuentren las respuestas buscadas; implica evitar prejuicios y saber argumentar con la intención que estas mismas razones desencadenen destellos de luz en el entendimiento de quien se desea guiar, tutorear. No se manipula, se acompaña, se induce al buen juicio y pensar, al análisis de los pros y contras y, finalmente, a que la persona elija, decida por sí misma aceptando la responsabilidad que de cualquier libertad de elección siempre emana.

Vive como…

Insisto: sobre todas las cosas se debe buscar que la persona decida por sí misma. Siempre por sí misma. La consejería correcta es la que dice: “eres tu quien debe decidir”, pues la educación y el buen consejo deben encaminar hacia la libertad, jamás al temor, manipulación o al esclavitud de pensamiento. El acompañamiento adecuado (lo que en verdad hace un tutor) es el que expresa: “baila como si nadie observara; ama como si nunca te hubieran lastimado, vive como si nunca hubieses vivido, camina conforme tu corazón te mande”.

Si dejáramos que las personas fueran ellas mismas, que encontraran su vocación y razón de ser, este mundo no sería el inmenso manicomio que encierra a dos clases de seres humanos: los que están internados en el pabellón circundado por una muralla edificada ex profeso y el resto que estamos al otro lado del mismísimo muro, aparentemente libres, pensantes, cuerdos y sensatos.

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