Secretos de Familia (capítulo II)

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Dos hermanos, soñaron. Sobresalieron en sus ambiciones políticas: Humberto y Rubén Moreira. Fueron gobernadores consecutivos. Abrieron la “Caja de Pandora del PRI”, violentando el estado de las cosas y promoviendo el mal ejemplo nacional. Lograron burlar al tricolor, y al sistema. Al entregador del poder, incluso. Aun así, ¡no están contentos!

Se entregó uno a otro la gubernatura. La deuda y los negocios, son una etiqueta que los distingue, aparecen como un fantasma que asusta. No coinciden los hermanos en la urgencia de aclarar, de informar la verdad, de sincerarse con su pueblo, con su gente. Con esa noble, fiel, y hasta (en ocasiones) estúpida sociedad; que les otorgamos el poder.

La saga: “Secretos de Familia”: II.

El abogado (que dejó de ser profesor, que no aguanta ya a los profesores; su Secretario de Educación es Ingeniero) gustaba de jugar golf. Les confunde el dato, claro a mí también. Por ello, pregunté instantáneamente al confidente (y allegado al rojillo) ¿acaso los palos eran rojos? Sonrió burlonamente, haciendo una mueca de: “sepa”. Y pudo haber hecho una mueca de “cepa”, porque “es” (el allegado) ¿Olvidé decir que jugaba en el Campestre? El de Lourdes, la incongruencia ya era tal como para ser el de Saltillo. A ese, aspira ahora; pero ya es tarde. Ya le tomaron la medida. Aunque, “don dinero…”.

El profesor, en cambio, fue permeando en la gente simple. Igual les bailaba colombianas a las líderes de colonias, que le hablaba llano al campesino. Su carácter popular y sus bromas, lo acercaban al desplazado. Iba tejiendo su red. A la par, se escabullía en los pasillos del poder estatal. Como no podía cargar el pizarrón (nunca fue lo suyo), se hizo de una laptop y a la usanza chilanga, la colgaba en “una mariconera”, al hombro ¿Pensaría que le daba un toque de maestro moderno? No sé si se lo daba, pero tanto, Rogelio Montemayor Seguí, como Enrique Martínez y Martínez, ¡cayeron en su telaraña!

El profesor firmó una alianza de sangre con los de su gremio. Los maestros fueron esenciales en su plataforma. Su hermano mayor (Rubén) ha repetido, por años, que él fraguó la estrategia. Que Humberto solo seguía indicaciones. Difícil de creer es esto, sin el populismo y la popularidad del profe, el abogado nunca hubiera llegado a donde está. Nadie resta importancia a la mente brillante y maquiavélica del rojillo, pero de ello a que todo se lo deben al manager y que él es quien desde entonces dirige las jugadas, hay mucho trecho.

El rojillo tenía una doble vida: Despotricaba con los amigos y conocidos contra el PRI y su “despótico gobierno que, sin asomo de sensibilidad social, oprimía a la clase trabajadora”, pero laboraba en oficinas de gobiernos priistas (devengando salarios modestos, acordes a su acotado perfil profesional). Junto con su primera esposa, adquirió con grandes esfuerzos y la hipoteca correspondiente (que repartió equitativamente con su camarada), una casa de interés social en La Colonia 26 de Marzo.

Orgulloso estaba el abogado de su habitación de dos plantas, cercana a la emblemática Central Camionera de Saltillo. Sus méritos daban lustre al apellido, su modestia social era acorde a su arraigada ideología, tatuada con sangre en el lado izquierdo de su alma. Que orgulloso estaría el Che Guevara, si lo viera, si solo supiera de él.

“Hasta la victoria siempre”, juró repetir en la ocasión propicia.

Al regresar del DF el profe, llegó como titular del INEA, y no al CONAFE, a cuya Delegación accedió posteriormente. Una hipoteca con el extinto Banco del Atlántico, por 600 mil pesos (de aquellos años 90), le quitaba el sueño. Unas semanas transcurridas, y de un solo pago liquidó la cuenta. En la Avenida Universidad fueron testigos “del portafolios negro y de la  carta de no adeudo”. El interfecto, para acallar las envidiosas voces, dijo que hubo de vender “una flotilla de taxis” que había adquirido, de uno en uno, en su tránsito por oficinas federales. Algunos parientes cercanos, refiriéndose al entuerto, aseguran que eran solo “cuatro vochos verdes” habilitados de ecotaxis los que se remataron (¿por $600,000.00?) para salvar la casa de Lomas de Lourdes (supongo que es la misma, de la muralla verde, que hoy posee como casa en Saltillo).

Eran tan distintos pero eran felices los hermanos Moreira. Estaban muy unidos porque la ambición era común. Un algo los unía fraternalmente, pero no eran, ni el comunismo ni la farándula:

 

¿El deseo de poder (para poder), fue el vínculo mordaz en esa carrera de relevos? ¿Esa “unidad” ha trascendido los años y los sexenios, y perdura, a pesar de los pesares?

 

Continuará…

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