¿Qué culpa tiene el niño?

Como si fuera poco el daño económico y salubre que el Coronavirus deja a su paso por el mundo, todavía hay en México quienes desean homenajear la epidemia y perpetuar su presencia llamando a sus hijos recién nacidos con su acrónimo en inglés, Covid (Coronavirus Disease).

Así como se presentan brotes repentinos del temido virus en diversas entidades del país, de la misma forma aparece con mayor frecuencia inscrito en sus libros del registro civil el nombre de “Covid”.

No es nueva la relación onomástica con alguna calamidad. Fue exponencial, por ejemplo, el incremento de los nombres Katrina, Andrew y Sandy asignados a los niños nacidos en los estados de la Unión Americana devastados por esos huracanes. Por fortuna para ellos, los huracanes son bautizados con nombres de personas.

Buscando el bienestar de los niños indefensos y para evitar que sean víctimas de padres novedosos, algunas legislaturas, como la de Sonora, les han prohibido asignar a sus hijos nombres peyorativos o denigrantes. La lista cuenta con algunas decenas de ellos entre los que destacan Facebook, Hitler, Email, Escroto, Burger King y Twitter.

El problema de esos nombres es que arruinan la vida de sus hijos. No solo por el daño irreversible a su autoestima al ser el blanco de bromas y acoso de sus compañeros de clase, sino porque el mercado laboral castiga, de manera inconsciente, ese tipo de apelativos.

Una jueza en Nueva York se dio cuenta que muchos de los delincuentes que pasaban por su corte tenían nombres “raros”. Analizó esos casos y encontró que en su mayoría estos fueron resultado de errores, ocurrencias o puntadas de los padres, y concluyó que no es lógico esperar que las personas que no se preocuparon por asignarle un nombre serio a sus hijos sean los mejores padres.

Adicionalmente, los economistas Levitt and Dubner analizaron el destino de la totalidad de los nacimientos en California en un periodo determinado y encontraron que las personas con nombres “raros” tienen una vida menos exitosa.

La razón es muy sencilla: los empleadores buscan contratar a los mejores. El nombre no es la causa del rechazo, es un indicador de antecedentes desfavorables, como lo dedujo la jueza neoyorquina, por lo que es más probable que su desempeño laboral sea menos brillante.

Los padres tienen el derecho de llamar a sus hijos como les plazca, pero como se hizo en Sonora, pongamos límites a su ingenio y creatividad. Después de todo, ¿Qué culpa tiene el niño?

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