Luces o trabajo.

Lo electoral es una larga novela sin pies ni cabeza. Cambiemos un poco.

Hablando de participación ciudadana, va una anécdota: Hace algunos años, por estas fechas, el alcalde de aquél municipio subió a su cuenta de twitter una pregunta, “¿Luces o trabajo?”. Aquello era, en parte, el seguimiento a una discusión que estaba en el ambiente: debía el municipio “invertir” en adornos navideños y el pago de la electricidad por mantener encendidas las luces por el periodo o, por el contrario, usar esa cantidad en un programa de trabajo temporal. ¿El resultado? La ciudad se vio “menos navideña” pero varias familias pudieron beneficiarse con el ingreso que significó tener trabajo a lo largo de un par de meses.

El asunto no es producto de la ficción. Sucedió. Es uno de los muchos ejemplos que, al mundo, ha dado Jun, una municipalidad ubicada al centro-norte de la provincia de Granada, allá en España.

La experiencia es engañosamente sencilla y frecuentemente se le reduce a “un alcalde con cuenta en twitter”. Vayamos por pasos, pues el asunto es mucho más complejo… y significativo.

Está, claro, la presencia de una herramienta de las de última generación, el twitter. Y ya aquí, algunos podrán expresar su desconfianza: se trata de una red social donde personas, con posibilidades de Internet, se adhieren voluntariamente y “siguen” a quien quiere y para los fines que considere. Esa desconfianza lleva a una pregunta: ¿Habrá algo más elitista que una herramienta en internet, que exige cierta habilidad en las tecnologías de la información y que casi obliga al uso de teléfonos inteligentes?

La respuesta a esa pregunta depende del contexto. Para el caso particular, detrás de la decisión “luces o trabajo” ha habido un largo trabajo desde varios frentes: la municipalidad ha apoyado por años el uso y conocimiento de la herramienta y grupos ciudadanos (fondeados por diversas fuentes o de manera voluntaria) han aportado lo suyo. En ese contexto, la pregunta del alcalde no se lanzó al vacío sino a una muy bien tejida comunidad que se ha apropiado de twitter como uno de los mejores medios para comunicarse.

Pero no termina ahí, y eso que ya por sí mismo significa bastante.

La adopción de la herramienta, el desarrollo de capacidades y la propagación de la tecnología es apenas una pieza. Al término del ejercicio nadie cuestionó la legitimidad de la decisión o la representatividad de quienes participaron en el sondeo. No hubo una sola voz que pusiera en duda la voluntad del alcalde o señalara la existencia de una agenda oculta. Detrás de todo ello está la palabra “confianza”.

La confianza no se compra, se construye. Y, ahora, cada vez menos se tiene “el beneficio de la duda”; por el contrario, debe partirse de números negativos y escalar con cada decisión. La confianza no se establece por decreto ni puede obligarse por ley. Necesita de una actitud abierta de parte del líder político y de su equipo y del equipo de su equipo… de todos, porque más se tarda el líder en pronunciar un discurso que genere confianza que un ejecutor en darle al traste.

Gran ejemplo el del modesto municipio de Jun, en España. Lo de las luces, por supuesto: pensar en términos de economía y beneficios. Y lo de la aplicación tecnológica donde, detrás, debe haber seres humanos con una nueva actitud.

En tiempos donde todo gobierno quiere ser “muy ciudadano” y “muy tecnológico” ahí hay varias lecciones.

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