Lo que Salamanca no presta

La popular frase en latín y tallada en piedra “Quod natura non dat, Salmantica non praestat” da la bienvenida a los estudiantes de las escuelas pertenecientes a la Universidad de Salamanca, institución con gran prestigio académico. Es atribuida a Miguel de Unamuno, escritor hispano y rector de esa casa de estudios a principios del siglo pasado. Su traducción textual es: “Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta”.

El significado del proverbio anterior es profundo. No solo otorga una excusa a la Universidad en caso del fracaso académico o profesional de alguno de sus alumnos, sino valida la teoría de que las personas no nacen iguales y llegan a este mundo con intelectos diferenciados. La escuela no es capaz de proveer inteligencia, memoria y aptitudes cognoscitivas, son herramientas con las que ya se tiene que contar.

Muchas otras cosas tampoco son aprendidas en la escuela, como los valores, los modales, los buenos hábitos, la capacidad de comunicación, la conciencia moral y el amor por la vida, propia y ajena. Éstas deben ser inculcadas en casa, en el seno familiar.

Si los padres fallan en proporcionar esos atributos, no quiere decir que sus hijos se volverán invariablemente en delincuentes. No. Conozco muchas personas exitosas, en lo personal y en lo profesional, procedentes de familias disfuncionales. Sin embargo, sí es un factor causal. “Es una razón necesaria, mas no suficiente”, como suele decirse.

En su libro Rampage, Katherine S. Newman estudia los factores promotores de los tiroteos efectuados por estudiantes en sus escuelas y lugares públicos, encontrando cinco causas.

La primera es un sentimiento de marginación y exclusión por parte del menor en sus grupos de pertenencia.

La segunda es de origen médico y producto de un mal congénito. Los jóvenes que han cometido atrocidades con armas suelen padecer trastornos psicológicos innatos.

La tercera tiene que ver con la información que recibe la persona y el ambiente en el que se desenvuelve, lo que lo lleva a generar filias y fobias, como la admiración a algún asesino serial o el odio a los miembros de cierto grupo étnico.

La cuarta es la falta de atención de los padres, incapaces de detectar la presencia de los tres desequilibrios anteriores en sus hijos. No es fácil, pero una relación cercana y cálida con ellos es indispensable para encontrar los compartimientos anómalos.

La quinta es la posibilidad de disponer de un arma con facilidad. Este es un tema delicado y controversial, callejón sin salida donde terminan las discusiones cuando se presentan acontecimientos de esta naturaleza.

Nos duele y entristece cuando algún miembro de la sociedad atenta contra su vida y la de personas inocentes, sobre todo cuando es un niño. No podemos culpar al gobierno ni a las escuelas, evitar que vuelva a suceder es responsabilidad colectiva, sobre todo de los padres. Las muestras de cariño hacia los hijos son insustituibles, la presencia permanente en sus vidas no es subrogable y su educación esencial no es delegable, ni si quiera en Salamanca.

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