La receta de la torta

“¿Quién puede preparar una torta?”, pregunté en alguna ocasión a mis sorprendidos alumnos de alguna de mis clases de Economía. Por supuesto, todos levantaron la mano. La respuesta a esa pregunta, en apariencia tan obvia, no lo es tanto. Primero debemos definir qué es una torta, y eso depende del país y la cultura.

Pero supongamos que nos referimos a la torta mexicana: es un platillo compuesto por algún tipo de pan, generalmente bolillo, telera o baguette, partido por la mitad y relleno con ingredientes diversos, como jamón, queso, mayonesa, frijoles y tomate, entre otros. Me refiero a la torta básica, porque en la riquísima variedad de la gastronomía nacional podemos encontrar componentes tan diversos como carne al pastor, sesos de res, tamales de pollo y hasta chilaquiles.

Bien, para elaborar una torta se requieren los ingredientes y el trabajo de una persona, es decir, el capital físico y el capital humano, en el argot económico. Pero esto no es suficiente. Si le doy los insumos a un habitante de una remota isla africana y le pido preparar una torta, lo más seguro es que se quede pasmado. Además de los elementos y el trabajo se requiere conocimiento.

Detrás de la posibilidad de comprar en el supermercado un producto tan simple como un bolillo, hay miles de años de conocimiento acumulado. Primero, el hombre tuvo que inventar la agricultura y hacerse sedentario. Después necesitó aprender a sembrar el trigo y construir rústicos molinos de piedra para producir harina. También hubo que aprender a dominar el fuego, inventar el horno para su cocción, así como, a base de prueba y error, la fórmula para elaborar el pan.

Algo similar ocurre con el resto de los ingredientes. Son procesos milenarios de aprendizaje en el que las ideas anteriores son la base para las nuevas. Algo aparentemente tan fácil como elaborar una torta es producto de la acumulación de sabiduría ancestral, de la suma de miles y miles de ideas a lo largo de la historia.

Con la aparición de la imprenta hace casi 600 años las los inventos comenzaron a registrarse, a difundirse y a trascender de una forma exponencial, con lo que comenzó a institucionalizarse la inteligencia colectiva. Ahora, con la revolución cibernética, el Internet y las redes sociales, el conocimiento se democratiza y se propaga a velocidades impresionantes.

Entonces, ¿Quién puede preparar una torta? La respuesta es “nadie”. Nadie por si solo, todos necesitamos, sin darnos cuenta, de las ideas generadas por nuestros ancestros. Pero no solo requerimos la sapiencia de los muertos, también de los vivos. Todos necesitamos de todos. La mayonesa no se prepara sola y los tomates no crecen en nuestro jardín. La participación y el conocimiento de todos es lo que enriquece nuestra sociedad.

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