La rebelión de los extremos

El mundo se divide en extremos cada vez más radicales. Algo está cambiando en el planeta que está dando al traste con las teorías tradicionales de ciencia política.

Antes, la oferta ideológica partidista se disputaba un congestionado centro en las preferencias electorales. La gráfica común para describir el espectro ideológico de la población era la típica campana: una distribución normal que aglutinaba a las mayorías en el centro, dejando los extremos casi desiertos.

En la izquierda radical se incluían los comunismos, muy venidos a menos desde la caída del Muro de Berlín y el desmantelamiento de la Unión Soviética. En la derecha extrema, los fascismos, prácticamente desaparecidos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El resto de las ideologías, desde socialismos hasta nacionalismos, estaban cargados hacia el centro, lugar preferido del votante.

Los partidos podían inclinarse hacia un lado u otro, pero siempre anclados al promedio. El caso de México es emblemático. Sus gobiernos, durante la segunda mitad del siglo pasado, oscilaron entre el populismo y el neoliberalismo, sin abandonar nunca la rentabilidad del punto medio.

La izquierda radical gobierna sus bastiones tradicionales: Cuba, Venezuela, Nicaragua, El Salvador y, hasta hace unos días, Bolivia. Su presencia crece día con día.

La extrema derecha europea sigue permeando en países como Hungría, Italia, Alemania, Francia, Finlandia y acaba de ganar las elecciones generales en España. Nuestro continente no se queda atrás: su triunfo en Brasil del año pasado vino a fortalecer a los gobiernos de derecha moderada en Colombia, Perú y Chile, ahora convulsionado.

Algo hemos hecho mal que los ciudadanos buscan cada vez opciones más radicales y arriesgadas. En este sentido creo que el multimillonario Nick Hanauer tiene razón. El magnate publicó un video, presentado incluso por el presidente de México en una de sus conferencias habituales, en el que alerta sobre el descontento social causado por la creciente desigualdad en la distribución de la riqueza.

Ahí está el problema. Es cierto que cada generación vive mejor que la anterior, que la población en el mundo cada año es menos pobre. Eso está bien. Lo que ofende y enfurece es la acumulación obscena del dinero en muy pocas manos, mientras, en muchas partes del mundo siguen padres pasando las de Caín para poder alimentar a sus hijos.

De seguir así, Hanauer pronostica un desenlace terrible de violencia. Ya lo adelantó también Thomas Pikkety en su texto “El capital en el Siglo XXI”: solo las guerras mundiales han podido redistribuir el ingreso. Los radicalismos para allá conducen. Estamos a tiempo de tomar medidas para evitar llegar a esos extremos.

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