Elogio a los jueces

Al abogado Francisco Yáñez Armijo y sus 50 años de maestro. Feliz jubilación”

Piero Calamandrei, fue un tratadista italiano del Derecho Civil, cuyo libro de Procedimientos Civiles fue el texto de la mayoría de las escuelas de Leyes del país en el siglo pasado, antes de que nos entrara el virus del milenio segundo y nos torcieran el derecho en México a fin de provocar un verdadero garapiñado.

En otro libro menos conocido: “Elogio de los jueces hecho por un abogado”, el autor reflexiona sobre el ejercicio de la abogacía y el papel y cualidad de los jueces para crear un ejercicio armónico.

De Calamandrei refiero: “Sin probidad, no puede haber justicia; pero probidad quiere decir también puntualidad, que sería una probidad de orden inferior a utilizar en las prácticas secundarias de administración ordinaria. Esto puede referirse también al abogado cuya probidad se revela en forma modesta, pero continua, en la precisión con que ordena los traslados, en la compostura con que viste la toga, en la claridad de su escritura, en la parsimonia de su discurso, en la diligencia con que atiende a presentar los escritos en el plazo señalado. Y esto, sin ofensa de nadie”.

El Poder Judicial del estado de Coahuila, en los últimos 70 años, ha sufrido una transformación interesante y atravesado por etapas de gran honor finalizando con una lamentable crisis que afecta a nuestra sociedad.

Las magistraturas de los años 50 a cargo de abogados como Don Vicente Valerio y Margarito Arizpe Rodríguez, de los siguientes 20 años con: Luis Hernández Elguezabal, José Fuentes García, Luis Treviño Medrano, Felipe Sánchez de la Fuente y el Lic. Quezada; luego en los ochenta y noventa con los tres toños: Antonio Gutiérrez Dávila, Antonio Flores Melo y Antonio Berchelmann; Fernando Orozco, Rebeca Villarreal, Ramiro Flores Arizpe, Mariano Fuentes y Luis Fernando García; representan los años de gloria y orgullo de la magistratura en pos de la aplicación de la justicia con la sola interpretación de la ley y los mejores criterios de valor, que dotaron de prestigio al poder judicial.

Sin embargo ante estos ejemplos aparecen las antítesis de magistrados que no tuvieron mas merito sino aquel de ser amigocho del gobernador y punto, los ejemplos son múltiples: hubo uno que resultó un fiasco como procurador y como premio de consolación lo hicieron magistrado con tal mal tino, que por no ser originario de Coahuila, cualquier abogado podría solicitar y obtener amparo contra sus sentencias; otro que siendo pariente del Gober que condenó a prisión perpetua a dos albañiles conocidos como los Gerardos en Torreón y después aparecieron los verdaderos culpables y finalizó con el mas reciente un amigo íntimo, muy íntimo de un Gobernador que defraudo al poder judicial a través de una inversión millonaria que desapareció y luego lo jubilaron, haya cosa.

La relación del poder judicial con el ejecutivo fue respetuosa en pasados años, solamente recuerdo el intento de un desencuentro cuando Montemayor vetó la Ley de Carrera del Servicio Judicial generada por Don Pepe Fuentes a fin de crear un poder de verdad autónomo y menos vulnerable.

Pero al arribo de Riquelme y siguiendo instrucciones de  los hermanitos muerte, el poder judicial fue sustituido por un banquete de operadores políticos que distan mucho de la básica formación siquiera para leer expedientes cuantimenos para impartir justicia.

La justicia tiene precio y a veces es de remate en los pasillos del edificio del Tribunal Superior, los criterios son políticos y los mandatos son friégate a este, me la debe.

Que podemos esperar de personajes que deben su cargo a la sumisión y al encargo de las obras negras de la política, operadores que incluso los mandaron a otras tierras a pactar con los grupos criminales el control de las elecciones o a otro que a través de su pluma denigraba a los disidentes del gobierno, bueno hasta al encargado de conseguir diversiones de todo “genero”, lo tenemos en la magistratura. Válgame Dios.

Calamandrei continua: “Pero el juez, antes de decidirse, tiene necesidad de una fuerza de carácter que puede faltar al abogado; debe tener el valor de ejercitar la función de juzgar, que es casi divina, aunque sienta dentro de sí todas las debilidades y acaso todas las bajezas del hombre; debe tener el dominio de reducir a silencio una voz inquieta que le pregunta lo que habría hecho su fragilidad humana si se hubiese encontrado en las mismas condiciones del justiciable; debe estar tan seguro de su deber, que olvide, cada vez que pronuncia una sentencia, la amonestación eterna que le viene de la Montaña: No juzgar”. Vana ilusión en Coahuila, me dueles.

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