“Calle Melancolía: la red” (1era parte)

De la casa paterna de Castelar en Saltillo a la de mi abuelo Don Jesús Gómez “el Matador” separaban las cuadras de Castelar, Callejón de Galeana y Aldama, en cuya esquina con la calle de Bravo remataban los abarrotes “El Batán”, propiedad del hombre a quien solo le conocí una enfermedad que fue la que le llevó a la tumba, ese roble que era don Jesús.

El relato parte de una temporada que pase con ellos durante mi infancia derivado de una epidemia de paperas que existió en la ciudad de Saltillo a finales de los años 60.

Temprano mi abuela preparaba el almuerzo casi siempre de unos huevos revueltos en una picosa salsa verde, frijoles refritos y al menos 10 tortillas de harina recién paloteadas, como le gustaban a mi abuelo: al momento.

Venía el ejercicio de la red o red, como la llamaba Doña Lupe Ramos, mi aguerrida abuela, aditamento que viene siendo una bolsa de dos asas de plástico y un tejido del mismo material que permite la respiración de los productos perecederos que ahí se transportaban y que eran decoradas con colores muy singulares en sus mezclas, las había medianas y grandes y mi abuela me reservo una de las primeras, para enviarme “al mandado” en una travesía de 4 cuadras y que incluía al mercado Juárez y puntos circunvecinos que se narran.

Como era y soy de mandados cortos, me enviaban con lista de artículos a comprar normalmente verduras, frutas y condimentos que adquiría en la esquina de Narciso Mendoza y un callejón sin nombre entre Abbott y Acuña.

Frente a ese negocio, la tortillería “Mamá” en la que siempre había que hacer varios minutos de fila para obtener el tesoro de maíz que producían entre un ambiente infernal, por la multiplicidad de máquinas usadas en su elaboración, mediante un sistema de quemadores de gas que rotaban en un rodillo de malla de acero.

En unas ocasiones la visita era a los abarrotes del Sr. Durón en Narciso Mendoza y Acuña sobre todo por laterías atún, sardina y huevo, en ocasiones chorizo Selecto Alanís, aunque el preferido de la familia era uno que hacía Don Jesús Lozano allá por la Plaza de la Madre y que también se vendía en el Batán.

Frente a ese negocio, la muy afamada Casa Chapa de Don Amado Chapa, un amable comerciante que siempre estaba atento a su negocio y los gustos de sus clientes. Todo era orden en el primer supermercado que hubo en Saltillo con estantes bien apilados, mercancía limpia y en su área de lácteos y embutidos se podían adquirir quesos deliciosos y variados incluyendo el tipo Chester, Wisconsin o amarillo. Lo más significativo amén de los precios competitivos era el trato del ilustre personaje.

En el recorrido matinal con mi red, invariablemente visitaba un pequeño negocio en un tejaban por el corredor que narra arriba llamado: “la Potranca”, que era dedicado a la manufactura de artículos de piel de cualquier tipo, me era atractivo por el olor del material y la paciencia del propietario a la hora de confeccionar arneses para caballo principalmente, nunca supe el nombre del señor que me platicaba sobre los tipos de piel y que era importante saber si esta era cortada del cuello, el lomo, el anca, la pierna o el vientre del animal y de ahí su maniobrabilidad. !Que tiempos!

¿Y el mandado? Bien gracias. Rápido corría hacia mi destino no sin antes narrarles el paisaje cercano al Mercado Juárez en donde en sus pasillos moraban los escritorios públicos y los famosos evangelistas. En una de las esquinas la Marisquería Bucareli y al lado la tienda de Don Roque que vendía granos y billetes de lotería.

Frente al mercado dos negocios en uno, en el primer piso Telas Aguirre con un surtido de géneros, al decir del Piporro, apilados en desorden y llenos de polvo y en el segundo piso una especie de tienda de raya llamada Aguiso, en donde se recibían órdenes de un grupo de empresas de la ciudad con precios no regulados y un trato prepotente de dependientas (como les llamaba Doña Lupe) y de su gerente en turno, posteriormente de ese negocio redondo surgió Joya por Presidente Cárdenas, que no resistió la competencia de Autodescuento y después Soriana.

Mi arribo al Batán precedía de una regañada de mi abuela por el tiempo transcurrido con mi red.

Recordé la estrofa de una canción de Sabina: “Quiero mudarme hace años/Al barrio de la Alegría/Pero siempre que lo intento/Ha salido ya el tranvía/En la escalera me siento/A silbar mi melodía”.

Continuaré en la próxima con estos relatos de la melancolía.

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